1) El poder de lo Alto, del Espíritu Dador de Vida, puede presentarse a través de aspectos ligados con la tierra (la personalidad), conduciendo la terrible energía de la remoción violenta y de la desestructuración de las formas que le dan continuidad a la mente. En estas circunstancias la Misión de vida del consultante consiste en sobreponerse al atronador quebrantamiento de la continuidad existencial por fuerzas de naturaleza personal y colectiva, que fueron directamente desplegadas desde el plano arquetípico a fin de producir una reacción en cadena, una nueva fase de cambios radicales y fuertes sacudidas. Se trata de una instancia de espanto y el hombre siente que están siendo barrenadas sus bases más estables y antiguas, sus particulares puntos de vista sobre las distintas materias del saber y quehacer humanos. Ahora que se presenta este atronador temblor interior, expresado también en el orden de las relaciones interpersonales, es preciso sostener «el cuenco sacrificial y el cáliz». Dicho de otro modo, el hombre que aspira a conocer una nueva vida debe permanecer firme en su puesto a pesar de las extenuante s remociones de todo orden -psicológico y existencial- que le asaltan en el Camino y lo dejan completamente expuesto a las imponderables fuerzas de la Destinación. Se trata de una intervención radical de Karma, de una emergencia espiritual cuyo correcto y pleno abordaje proporciona grandes motivos de dicha y de felicidad.
2) Te encuentras en un momento especialmente erizado de descargas y golpes maestros. La energía que conduce el Plan de la Vida Divina recorre los canales más cercanos -Internos-, y más distantes -el mundo-, con el objetivo de provocar un sacudimiento, un desentumecimiento, un despertar de nuestra ínclita capacidad de mantenemos firmes y leales respecto a la vocación de vida que juramos abrazar. En momentos como estos en que tiemblan todas nuestras estructuras, se requiere de actuar con agilidad mental, pero con temple y firmeza moral, a fin de no quebrarse por el impulso violento con que la Fuerza intenta emancipar aspectos superiores de nuestra naturaleza que muy probablemente teníamos olvidados. Estos programas maestros de emergencia, como en muchos casos las enfermedades y accidentes, parecen procurar que «la víctima propicia» decida su destino siguiendo un rumbo más esclarecido y con la característica de energía y carácter que estas remociones traen consigo.
3) El temor y hasta el espanto pueden presentarse y abrumar nuestra consciencia. El desaliento y la desesperación son los efectos subsidiarios de una visión llena de desaliento y de una falta de confianza en uno mismo y en los Poderes Espirituales. La ausencia de una tendencia de exploración e investigación en la rica y varia fenomenología que adoptan los procesos de crecimiento espiritual, en última instancia nos distancia grandemente de la salida deseable. Esa salida tiene que ver con la construcción de una nueva línea de Luz que nos ligue más fluidamente a la Fuente, en reemplazo de la superestructura obsoleta y vencida que estaba volviéndose un lastre para el alma. De allí que desde los círculos terrestres y por medio de la tierra (la personalidad) se haya de producir este singular «tsunami», temblor o movimiento de las fuerzas telúricas en nosotros -nuestra estructura más sólida y cristalizada.
4) Es imperioso poner en orden nuestra vida a la espera de la Luz que advendrá, para adaptarla a un orden más en consonancia con la dispensación kármica que ha golpeado sobre nosotros. Ese orden se presentará en la medida que nos mantengamos permanentemente atentos a las modulaciones de las crisis y a la necesidad de cambios y ajustes dramáticos -drásticos- en nuestra entera naturaleza. Ha de permanecer uno interiormente sereno, con la unción del devoto que pone toda su confianza (su fe) en la justicia y la oportunidad de todos los acontecimientos, puesto que desde un punto de vista superior nada hay que no ocurra para nuestro desarrollo en elevación y profundidad.
5) «El trueno brota del centro de la tierra y remueve la cumbre de las montañas. Sólo en la montaña con mi propio derrumbe, asisto al nacimiento del sol de un nuevo día. Un día en que la montaña y el montañista hayamos cambiado radicalmente y ya no seamos dos».