J-Fu Hsi no es solamente el iniciador de la Tradición de los Tratados Sapienciales chinos. Es también un nombre particular de una realidad universal. Alude a un estado de humanidad, al que los indos llamaron Manu: el instructor espiritual dotado de jurisdicción en el orden político y cultural de todos los pueblos. Así como Gilgamesh, Noé y a veces Enoch, Fu Hsi se presenta como un nombre nativo del Regente del Primer Rayo, el Manu Vaivasvata, la clave viva desde la que se impulsa y despliega todo nuevo movimiento humano en el planeta.
Tal como enseñó Helena Petrovna Blavatsky en su Doctrina Secreta, la clave del simbolismo arcaico y del misterio de la Humanidad, la Tradición Oculta escogió el mito y la matemática para transmitir el conocimiento de carácter espiritual sobre las leyes que gobiernan el enigma de la vida.
Así, es común encontrar la referencia a los orígenes mítico s del I Ching en relación con un incidente en la vida de Fu Hsi. Encontrándose en la ribera del Río Amarillo, el Emperador Amarillo, sintiéndose arrebatado por la inspiración espiritual nosotros diríamos: en trance meditativo o contemplativo logró percibir muy luego el desplazamiento de una vieja tortuga con un muy llamativo caparazón. De aquella absorción meditativa, de la luz que recibió y del reflejo en el espejo del caparazón, obtuvo, según el mito, la inspiración para identificar en los diseños o dibujos del crustáceo las formas originales, iniciales que evocaron e inspiraron un posterior método desplegado como la clave binaria que está en el eje de la Rueda de los Acontecimientos.
En principio, el Río Amarillo, en la tradición mítica china, representa también como todo río en las antigüedades, «el río de la vida», «la corriente de la vida», y es por excelencia el río chino que tiene que ver con los orígenes de la cultura y de la civilización. De modo que en el río de la vida, en la corriente de la existencia, en el fluir de los hechos: en el nivel en que la Mente Universal imprime el plan, el propósito, en el nivel akáshico, surgió la luz y la inspiración para este Iniciado.
El caparazón de la tortuga nos conduce directamente al arcaico simbolismo mundial de la tortuga como sostén del mundo. Las tradiciones arcaicas presentan a la tortuga ancestral, inmemorial, milenaria, como la parsimoniosa fuerza que marcha con la gravedad aparente de ese animal y que ejemplifica los fenómenos de rotación y traslación de los astros en el espacio. En este caso, del planeta, de nuestro mundo.
La tortuga sostenía al mundo en algunas de las tradiciones arcaicas, y ello no surgía de la ignorancia y credulidad de los hombres, sino de la deliberada elaboración de un mito, de un símbolo; para ejemplificar, para insinuar un sentido nuevo: sostenida sobre una marcha regular (reglar-kármica) como la de la parsimoniosa tortuga y tal como lo conocen los astrónomos, avanza el mundo. Y sobre la corteza del mundo, donde residen las familias de la naturaleza, residen los símbolos y signos detrás de los cuales se teje el tapiz, la urdimbre de los hechos de la vida.
La superficie del caparazón de la tortuga no es más que el ámbito donde ocurre la vida manifestada, la superficie de la tierra, y tiene que ver directamente con que es allí, en el mundo, donde ocurren los eventos que son planeados y difundidos desde el nivel espiritual. Fu Hsi reconoció en el mundo, en los animales, en el trueno, en las nubes, en el tronco que flotaba en el agua del río, en el pájaro, en el buey, en el azote, formas que habían adoptado los arquetipos celestes para expresar un mensaje histórico.
De este modo, el mito del caparazón de la tortuga tiene que ver con el hecho de que toda naturaleza manifestada, expresada, es una cristalización o forma patente y expuesta de un gran Plan Maestro, que pone en acto aquello que en la Mente Divina está en condición prominente. Siguiéndole el rastro a la estela celeste en cada objeto, ser o fenómeno, se puede recobrar el hilo que nos conduzca a través del laberinto a la salida luminosa de la comprensión.
Por otra parte, muchos antropólogos y sinólogos han sugerido que los primeros procedimientos para hacer la lectura de las suertes mágicas, consistían, por ejemplo, en la quema de un caparazón de tortuga con una barra de bronce candente, o la quema de huesos de buey con un leño encendido. Todo ello para obtener signos «arbitrarios» que graficaban las incidentes fuerzas que estaban presentes en el momento de la ceremonia.
El uso de estructuras óseas o cristalizadas para aplicar fuego y obtener signos y símbolos tiene que ver exactamente con el concepto de cristalización o precipitación de las ideas del Plan Divino. Concepto muy caro a la magna ciencia de la Alta Magia y que tiene que ver con invocar internamente y precipitar o materializar físicamente las ideas. Al trabajar sobre hueso, o estructuras óseas, se trabajaba sobre el plano de cristalización, sobre el plano final de la evolución material.
En el pensamiento de los antiguos, aún las cosas y los huesos de los animales tienen que ver con un cierto orden manifiesto, surgido desde una Mente Arquetípica, con un orden evolutivo que avanza en la naturaleza material y que es trasunto de un Orden Primero que emana de la Fuente de Vida.
Otros personajes centrales en la epopeya de la edificación del tratado son el rey Wen y su hijo el duque de Chou. y con ellos surge otro tema esencial de la psicología esotérica: la emersión de los nuevos paradigmas en líneas formativas eventualmente distantes en el tiempo y en el espacio. El rey Wen (literalmente «rey diseño» o «rey escritura») es el agente del Plan que captó, que detectó los mismos principios generales de los antiguos y que, además, poseyendo una mente organizadora y esquematizadora, dio vida a los diseños trigramáticos y luego a los 64 hexagramas.
Terminó por materializar de forma gráfica los nóumenos de las cosas. Cautivo en los calabozos de la dinastía Shang, concibió el esquema general de la obra posterior (I Ching) sin dejar de meditar en la distancia que los separaba a sus contemporáneos de la Edad de Oro y en el tortuoso camino histórico que había seguido la Humanidad hasta su generación, llena de horrores políticos e interpersonales.
Una vez que dispuso las formas ideales, poseyendo las claves de interpretación propias de esa caligrafía matemática, describió símbolos adivinatorios y le atribuyó significados a la presencia de los mismos. A la manera de los pentaclos y grimorios, aquellos nuevos mandalas, en poder de mentes iluminadas, se transformaron en elementos de la magia sapiencial. Empleados para invocar la suprema inspiración del alma y para precipitar sobre el mundo el orden y las excelencias de las regiones del espíritu, pronto se edificó una nueva tradición filo mágica cuyo desarrollo no puede eclipsar el período de oscurantismo que muy luego advino en el Imperio durante muchos siglos.
Su hijo, el duque de Chou, interpretó cada una de las seis líneas de los hexagramas a la luz de la Historia del Imperio y de la Rueda de los Acontecimientos.
Este es el relato mítico, pero la moderna investigación habla de fórmulas, encantos y mantrams en el origen del sistema mandálico y gráfico. De una u otra forma, la asociación de fórmulas o palabras de poder con símbolos gráficos tiene que ver con las tradiciones planetarias de la magia ceremonial. Presente en los Vedas como entre las culturas americanas, el poder de la signatura real fue utilizado y explotado hasta el error por generaciones de operadores mágicos que contribuyeron a enriquecer y rarificar los mensajes originales.
Se dice también que un tal Wu Hsien, «el chamán que tenía el poder de congregar a las fuerzas», descubrió el primer sistema numérico
para ordenar los elementos y las energías mánticas, a partir de la práctica con las varillas de milenrama.
Con el correr de los siglos personalidades de la talla de Confucio y sus discípulos, y el mismo Lao Tse, contribuyeron a comentar el libro, y sus contribuciones aún constan, entre otras secciones, en las llamadas Diez Alas.