Historia y orígenes del I Ching a la luz del esoterismo

Historia y orígenes del I Ching a la luz del esoterismo
» Historia del I Ching

Los orígenes del Libro de las Mutaciones se remontan a una Edad de Oro que la Tradición Oculta vincula con la llegada al mundo de Seres Humanos completos, a fin de proporcionar a la surgente Humanidad instrucción y conocimiento acerca de las artes, técnicas y oficios que, una Humanidad que finalmente había alcanzado su estatus de tal, necesitaba para organizarse y crecer.

Como fuera dicho, la Tradición Oculta sitúa este evento en el período de intercepción de la Época Atlante con la emergente Época Aria. En tal crítica instancia se hizo necesario proveer a la familia humana de conocimientos y reglas capaces de poner en movimiento, en actividad, todo lo concerniente a la estatura de humanación que por entonces acababa de adquirir. Este proceso general tiene que ver con la emergencia de Fuerzas Espirituales abocadas a la actualización real de la condición humana, para lo que se requería de un Nuevo Orden y de un nuevo adiestramiento.

Cuando eso ocurrió, las Fuerzas Espirituales siguieron su propia estrategia para potenciar y promover el recién adquirido principio intelectual (la mente). 

En distintos puntos del planeta surgieron en aquella Edad una serie de Instructores afectados al mando, gobierno y conducción de los grupos y familias raciales de la Humanidad en cualquier lugar de la Tierra. Para ello introdujeron elementos comunes en el orden de mitos y sistemas de conocimiento que, así la antropología como los investigadores del fenómeno religioso, reconocen presentes en muchos puntos distintos del globo.

Esos elementos simbólicos, míticos y cifrados comunes a toda la Humanidad, constituyen hitos emergentes en la primera etapa del proceso de formación y consolidación del principio intelectual, de la mente humana. Para proceder a efectuar este ajuste en la fisiología oculta del ser humano se requería de un instrumento de instrucción que fuera ej emplar, magistral y paradigmático.

La vida de aquellos Reyes Divinos, propios de las Dinastías Divinas, como los designa la Tradición Oculta, fueron modelos a imitar para la naciente Humanidad. Fueron Individuos Completos designados para proporcionar y difundir los medios correctos para el enaltecimiento moral y espiritual del género humano.

Individuos Completos dotados de la suficiente luz espiritual para servir de inspiración y ejemplo. Aquellos Reyes Divinos proporcionaron a aquella Humanidad los medios, los métodos, las fórmulas, los sistemas de pensamiento que luego proliferarían hasta nuestros días, más o menos oscurecidamente. Toda esa batería de conocimiento y técnica, de arte, ciencia y sabiduría, tiene su origen en el Plan Maestro de las Fuerzas Espirituales para dar curso a un aceleramiento de la evolución de la familia humana. o-En los orígenes de todos los sistemas míticos (y de conocimiento) se encuentran estos Reyes Divinos.

Con el tiempo y según ha sido convalidado por muchos estudiosos de la Antropología y de las Religiones Comparadas, estos Reyes Divinos fueron deificados, glorificados, es decir, euhemerizados por la agradecida Humanidad que recibió de Ellos la inspiración y la luz, y los recursos y técnicas que necesitaba para desarrollarse como comunidad de seres pensantes y prosperar, desde el punto de vista material, moral y espiritual.

Así, a modo de ejemplo, Osiris e Isis, Horus, el propio Hermes, en el Antiguo Egipto; Orfeo en la Hélade, y más claramente Abraham o Brahman en las tradiciones judaicas e indas, no son sino nombres que designan aquellas entidades humanas superiores, deificadas por una Humanidad que, en su condición primitiva no podía hacer otra cosa que proyectarlas en el espacio (físico y metafísico) como modelos divinos.

De allí que la noción de dios personal subsista hasta nuestro días por el hecho sencillo de que la concepción de la deidad procede en sus orígenes del reconocimiento y la gratitud de la Humanidad hacia entidades humanas con un carácter también personal, que inspiraron a los hombres al extremo de recibir culto y adoración, en la medida que aquella incipiente generación de seres humanos era cual rebaño dócil y lleno de ardor emocional.

En este sentido Abraham y Brahman no son sino transformaciones mórficas y numéricas de una misma denominación, como se nota claramente. Fu Hsi, el Emperador Amarillo, fue aquel Rey que, en la Edad de Oro de los pueblos de la antigüedad y en la China, sirvió a la naciente Humanidad trayendo luz e inspiración. Los historiadores de este Tratado Sapiencial, el I Ching, lo suelen reducir a un chamán y a un mago.

Lo sitúan en una época difusa en que los hombres de buena voluntad y los «espíritus» estaban comunicados,’ y sugieren que de la interacción entre ambos surgía la conexión con la fuente madre de inspiración (la Mente Universal). Esta es una explicación hasta cierto punto plausible, pero lo que la Tradición Oculta tiene para agregar es que Fu Hsi, así como todos los Reyes Divinos, obtuvieron su inspiración del campo espiritual y por sus propios medios.

Por extensión, en otras comunidades mundiales se desarrolló el mismo principio que luego daría lugar al I Ching. A saber, entre los teúrgos alejandrinos, los teósofos eclécticos, también llamados analogistas, se desarrolló un método, el método analógico alejandrino, el método hermético.

Ellos proponían que el conocimiento directo de las operaciones del alma humana como instrumento de la excelsa Alma Espiritual (mónada), expuesto, espejado en el mundo y en las relaciones en el mundo, aportaba las claves necesarias para entender cada uno de los momentos y eventos de cada circunstancia de la existencia. Este método ha sido también aplicado, con amplia constancia de ello, por la tradición Cabalística Caldea y Judaica.

El método consiste, en el decir de Jesús, en tomar por asalto las puertas del cielo por la obra teúrgica (trabajar y ser como dioses) puesto que lo demás (el mundo y su conocimiento y dominio) entonces nos será dado por añadidura. Una vez que el Iniciado conoce por unidad o fusión la llamada «nube de todas las cosas cognoscibles» (aspecto manifiesto de la Mente Universal), solamente ligándose por fusión con ese nivel del Ser, obtiene aquella parcela de conocimiento que le es requerida para desempeñar y realizar alguna actividad en el mundo. Por extensión, obtiene la luz y la inspiración necesarias para descubrir y reconocer el significado y el sentido de cualquier evento que esté ocurriendo en ese momento, por más minúsculo que sea o parezca.

Este método analógico alejandrino fue también llamado el Canon de las Proporciones o Medidas Celestes-Terrestres, común en la época faraónica de los antiguos egipcios así como en las antigüedades de todos los pueblos cultos del planeta. Es el mismo método que, en última instancia, proveyó a Fu Hsi, el Emperador Amarillo, y a todos los sabios conexo s de su corte, la fórmula para proporcionar a la incipiente Humanidad, simientes, pautas y claves, para que ella desarrollara por sí misma la interpretación y el conocimiento anticipado sobre los sucesos que ocurrían y ocurrirían en el mundo y en cada circunstancia personal. Todo ello con el objetivo de que estuviera en condiciones de encontrar por sí misma los designios o el diseño emanado desde los planos espirituales, el Plan Director o Maestro que incide y gravita antes y por detrás de las acciones.

De modo que, también en la prefiguración original de lo que moderna mente se conoce como el Tratado, I Ching, la Dinastía de Reyes Divinos actuó directamente y de modo inspiracional, proveyendo la suficiente luz e inteligencia para que los ulteriores sabios y discípulos dibujaran y esquematizaran en un conjunto armónico, característico, un método mántico de conocimiento.

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J-Fu Hsi no es solamente el iniciador de la Tradición de los Tratados Sapienciales chinos. Es también un nombre particular de una realidad universal. Alude a un estado de humanidad, al que los indos llamaron Manu: el instructor espiritual dotado de jurisdicción en el orden político y cultural de todos los pueblos. Así como Gilgamesh, Noé y a veces Enoch, Fu Hsi se presenta como un nombre nativo del Regente del Primer Rayo, el Manu Vaivasvata, la clave viva desde la que se impulsa y despliega todo nuevo movimiento humano en el planeta.

Tal como enseñó Helena Petrovna Blavatsky en su Doctrina Secreta, la clave del simbolismo arcaico y del misterio de la Humanidad, la Tradición Oculta escogió el mito y la matemática para transmitir el conocimiento de carácter espiritual sobre las leyes que gobiernan el enigma de la vida.

Así, es común encontrar la referencia a los orígenes mítico s del I Ching en relación con un incidente en la vida de Fu Hsi. Encontrándose en la ribera del Río Amarillo, el Emperador Amarillo, sintiéndose arrebatado por la inspiración espiritual nosotros diríamos: en trance meditativo o contemplativo logró percibir muy luego el desplazamiento de una vieja tortuga con un muy llamativo caparazón. De aquella absorción meditativa, de la luz que recibió y del reflejo en el espejo del caparazón, obtuvo, según el mito, la inspiración para identificar en los diseños o dibujos del crustáceo las formas originales, iniciales que evocaron e inspiraron un posterior método desplegado como la clave binaria que está en el eje de la Rueda de los Acontecimientos.

En principio, el Río Amarillo, en la tradición mítica china, representa también como todo río en las antigüedades, «el río de la vida», «la corriente de la vida», y es por excelencia el río chino que tiene que ver con los orígenes de la cultura y de la civilización. De modo que en el río de la vida, en la corriente de la existencia, en el fluir de los hechos: en el nivel en que la Mente Universal imprime el plan, el propósito, en el nivel akáshico, surgió la luz y la inspiración para este Iniciado.

El caparazón de la tortuga nos conduce directamente al arcaico simbolismo mundial de la tortuga como sostén del mundo. Las tradiciones arcaicas presentan a la tortuga ancestral, inmemorial, milenaria, como la parsimoniosa fuerza que marcha con la gravedad aparente de ese animal y que ejemplifica los fenómenos de rotación y traslación de los astros en el espacio. En este caso, del planeta, de nuestro mundo.

La tortuga sostenía al mundo en algunas de las tradiciones arcaicas, y ello no surgía de la ignorancia y credulidad de los hombres, sino de la deliberada elaboración de un mito, de un símbolo; para ejemplificar, para insinuar un sentido nuevo: sostenida sobre una marcha regular (reglar-kármica) como la de la parsimoniosa tortuga y tal como lo conocen los astrónomos, avanza el mundo. Y sobre la corteza del mundo, donde residen las familias de la naturaleza, residen los símbolos y signos detrás de los cuales se teje el tapiz, la urdimbre de los hechos de la vida.

La superficie del caparazón de la tortuga no es más que el ámbito donde ocurre la vida manifestada, la superficie de la tierra, y tiene que ver directamente con que es allí, en el mundo, donde ocurren los eventos que son planeados y difundidos desde el nivel espiritual. Fu Hsi reconoció en el mundo, en los animales, en el trueno, en las nubes, en el tronco que flotaba en el agua del río, en el pájaro, en el buey, en el azote, formas que habían adoptado los arquetipos celestes para expresar un mensaje histórico.

De este modo, el mito del caparazón de la tortuga tiene que ver con el hecho de que toda naturaleza manifestada, expresada, es una cristalización o forma patente y expuesta de un gran Plan Maestro, que pone en acto aquello que en la Mente Divina está en condición prominente. Siguiéndole el rastro a la estela celeste en cada objeto, ser o fenómeno, se puede recobrar el hilo que nos conduzca a través del laberinto a la salida luminosa de la comprensión.

Por otra parte, muchos antropólogos y sinólogos han sugerido que los primeros procedimientos para hacer la lectura de las suertes mágicas, consistían, por ejemplo, en la quema de un caparazón de tortuga con una barra de bronce candente, o la quema de huesos de buey con un leño encendido. Todo ello para obtener signos «arbitrarios» que graficaban las incidentes fuerzas que estaban presentes en el momento de la ceremonia.

El uso de estructuras óseas o cristalizadas para aplicar fuego y obtener signos y símbolos tiene que ver exactamente con el concepto de cristalización o precipitación de las ideas del Plan Divino. Concepto muy caro a la magna ciencia de la Alta Magia y que tiene que ver con invocar internamente y precipitar o materializar físicamente las ideas. Al trabajar sobre hueso, o estructuras óseas, se trabajaba sobre el plano de cristalización, sobre el plano final de la evolución material.

En el pensamiento de los antiguos, aún las cosas y los huesos de los animales tienen que ver con un cierto orden manifiesto, surgido desde una Mente Arquetípica, con un orden evolutivo que avanza en la naturaleza material y que es trasunto de un Orden Primero que emana de la Fuente de Vida.

Otros personajes centrales en la epopeya de la edificación del tratado son el rey Wen y su hijo el duque de Chou. y con ellos surge otro tema esencial de la psicología esotérica: la emersión de los nuevos paradigmas en líneas formativas eventualmente distantes en el tiempo y en el espacio. El rey Wen (literalmente «rey diseño» o «rey escritura») es el agente del Plan que captó, que detectó los mismos principios generales de los antiguos y que, además, poseyendo una mente organizadora y esquematizadora, dio vida a los diseños trigramáticos y luego a los 64 hexagramas.

Terminó por materializar de forma gráfica los nóumenos de las cosas. Cautivo en los calabozos de la dinastía Shang, concibió el esquema general de la obra posterior (I Ching) sin dejar de meditar en la distancia que los separaba a sus contemporáneos de la Edad de Oro y en el tortuoso camino histórico que había seguido la Humanidad hasta su generación, llena de horrores políticos e interpersonales.

Una vez que dispuso las formas ideales, poseyendo las claves de interpretación propias de esa caligrafía matemática, describió símbolos adivinatorios y le atribuyó significados a la presencia de los mismos. A la manera de los pentaclos y grimorios, aquellos nuevos mandalas, en poder de mentes iluminadas, se transformaron en elementos de la magia sapiencial. Empleados para invocar la suprema inspiración del alma y para precipitar sobre el mundo el orden y las excelencias de las regiones del espíritu, pronto se edificó una nueva tradición filo mágica cuyo desarrollo no puede eclipsar el período de oscurantismo que muy luego advino en el Imperio durante muchos siglos.

Su hijo, el duque de Chou, interpretó cada una de las seis líneas de los hexagramas a la luz de la Historia del Imperio y de la Rueda de los Acontecimientos.
Este es el relato mítico, pero la moderna investigación habla de fórmulas, encantos y mantrams en el origen del sistema mandálico y gráfico. De una u otra forma, la asociación de fórmulas o palabras de poder con símbolos gráficos tiene que ver con las tradiciones planetarias de la magia ceremonial. Presente en los Vedas como entre las culturas americanas, el poder de la signatura real fue utilizado y explotado hasta el error por generaciones de operadores mágicos que contribuyeron a enriquecer y rarificar los mensajes originales.

Se dice también que un tal Wu Hsien, «el chamán que tenía el poder de congregar a las fuerzas», descubrió el primer sistema numérico

para ordenar los elementos y las energías mánticas, a partir de la práctica con las varillas de milenrama.
Con el correr de los siglos personalidades de la talla de Confucio y sus discípulos, y el mismo Lao Tse, contribuyeron a comentar el libro, y sus contribuciones aún constan, entre otras secciones, en las llamadas Diez Alas.

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