1) Cuando en nuestro corazón subsiste una sola pasión, que ha conseguido concentrar la fuerza de las viejas pasiones aparentemente sofocadas• cuando en nuestra vida emocional y moral existe una persistente actividad de deseos y afanes egoístas, manifestándose como una fuerza que todavía gravita sobre nuestra condición general, en tales circunstancias se hace indispensable asumir una acción decidida. Se hace necesario evitar el desbordamiento de la esfera pasional, por la sujeción de la Voluntad superior y la puesta en marcha de un programa de regeneración interna con algunas premisas distintivas. En principio, la Misión de vida bajo esta configuración es erradicar aquellas fuentes de la deflación moral, de la ruina espiritual, que todavía conservan una incidencia e influencia significativa en nuestro continuo mental y en nuestra conducta, y aplicamos a la estimulación de las cualidades y poderes del alma; esto dicho para subrayar un período en el que la adopción de medios consonantes con la naturaleza del alma, de no enfrentamiento violento con la fuerza disipativa, sino a través del poder emancipador de la Vocación o Voluntad al Bien, resulta la medicina apropiada.
2) Se trata de un tiempo en el que se debe adoptar en el mundo la paciente energía de quien, con medios significativos para la instrucción y el ejemplo, debe proceder a dispensarlos y entregarlos con munificencia. Simultáneamente urge una atención y dedicación activas a la subsistente fuerza del mal en nuestra constitución. Probablemente nos encontremos ante un desarrollo hipertrófico de los deseos concupiscentes, de la codicia y la ambición, de la soberbia y el engreimiento. En cualquier caso, el aspirante debe proceder conforme a la línea del espíritu. Se trata de no emplear la energía pasional para luchar contra la sombra contradictoria (la fuerza de nuestras pasiones), sino la energía luminosa y poderosa del Maestro Interno. Dicho de otro modo, debe dejarse lugar a la acción del alma, enfocando la consciencia vigílica en la atmósfera que le es peculiar al ser interno, invocando el poder sanador del espíritu y haciendo que ese poder sea luego «evocado», expresado por la personalidad en relación directa con la hipertrofia pasional que subyuga nuestro ánimo. Momento en que se nos advierte de la necesaria lucidez y el empleo de los medios justos para alcanzar los mejores fines. Medios de exquisita ética para allegamos el triunfo espiritual.
3) En el numeral anterior se describieron las formaciones emocionales que caracterizan un núcleo mórbido persistente en nuestro interior. Nos referimos al indeseable efecto de la persistencia en el obrar negligente y egoísta, a las secuelas negativas de la presencia de un Morador del Umbral en construcción progresiva. Es hora de intentar disolver las aristas emergentes de esa construcción psíquica antes de que se transforme en algo pantagruélico y difícil de conjurar.
4) Es imperioso desarrollar aquellas cualidades del alma propias de su esfera: la sensibilidad, la inocencia, la paz y la simplicidad espiritual. No se trata de hacer un esfuerzo de lucha, sino el permitir que esos poderes integrados hagan su obra sobre nuestra naturaleza personal. Para ello cabe el estudio de nuestras emociones; detectar el núcleo inicial de un deseo pensamiento y trasladar la consciencia hacia el origen causal del mismo. Una vez que nos adiestremos en la práctica de atrapar el pensamiento en su origen, conoceremos la intención subconsciente, oculta, de nuestra emotividad, y podremos conjurar la fuerza aflictiva que nos abruma, evitando su crecimiento y ulterior desbordamiento. Debe uno cuidarse de toda justificación. Evitar justificarse por sus pasiones confundiéndolas con apetitos naturales; no establecer componendas con las fuerzas regresivas del desorden y el egoísmo; aislarlas mediante la observación y la alerta atención y dejar paso al rayo del alma, capaz de obliterar y disolver con su poder luminoso todos los aspectos sombríos subsistentes. La mejor manera de combatir el mal es dejando que el Bien en nosotros haga el trabajo. Se trata de invocarlo y propiciarlo mediante una vida pura y devota, en todos los sentidos.
5) «Antes de ingresar al Templo de la Sabiduría deja afuera los siete botines (pecados) y entra con las siete virtudes del alma y con nada más. Entre los Hermanos no hay lugar para los poderes del mundo. Sólo se participa del ágape real con una completa desnudez de propósito y bajo la sola investidura de nuestro Ser Real».