El hombre que aparece en el centro de la carta se asemeja a un indio que se ha entregado por completo a su fuerza visionaria. Su rostro se dirige totalmente hacia arriba, hacia una conciencia superior.
Su tercer ojo es altamente activo, como lo demuestra el gran remolino de energía. Su percepción espiritual (cabello suelto y largo) está fortalecida. Las plumas que adornan su pelo representan antenas adicionales. Está embebido por la gota del reconocimiento divino y recibe la luz, la visión clara.
Un círculo (símbolo de la perfección) de plumas lo une, como si se tratara de nuevo de antenas, con los cuatro elementos. El aire, expresión del espíritu claro, se encuentra sobre él. El agua que aparece a su izquierda simboliza la armonía con los sentimientos y el cumplimiento de todas las posibilidades.
El fuego a su lado derecho, el lado de los actos, simboliza la fuerza purificadora, la renovación. En la parte inferior está unido como con raíces a la fuerza revitalizadora de la tierra.
El hombre forma el centro de atención entre dos líneas que se cruzan. En el punto de cruce, allí donde los caminos confluyen, allí donde se tiene que decidir por alguno de ellos, utiliza su fuerza visionaria para establecer la armonía con la conciencia elevada y la tierra y a si reconocer sus posibilidades y poder tomar una decisión.
En los caminos aparecen círculos (símbolos de la unidad, de la perfección) de luz. Al igual que si se tratara de obstáculos, dificultan el poder seguir adelante, se colocan siempre en nuestro camino. Pero aquel que se lo proponga valerosamente, podrá reconocer que cada obstáculo aparente alberga un regalo en su interior.
Sea cual sea el camino que escojamos, siempre nos tropezamos con esos obstáculos llenos de luz. Y en el grande al igual que en el pequeño: en cada círculo se encuentran líneas que se cruzan y que contienen puntos de luz, cada obstáculo refuerza nuestra intuición, el reconocimiento de la perfección.