Procesiones de Muertos: Los Ejercitos de las Tinieblas

Procesiones de Muertos
Descubrir: Misterios

Hay pocos placeres más agradables en la vida que caminar en medio de un bosque: podemos disfrutar del sutil juego de luz y sombra, el canto de distintas aves que se mantienen invisibles al ojo humano, ocasionalmente vistazos de algún que otro animal silvestre… Pero estos placeres se trocan en aterradores en la oscuridad de la noche. Se magnifican los sonidos; el romper y pisar una rama en el suelo nos sacude los sentidos, y el temor de «ser atrapados y devorados» -como decía el sociólogo búlgaro Elías Canetti se convierte en una horrenda realidad.

Los herthelingi
Walter Map, archidiácono de la catedral de Oxford que vivió en el siglo XIII, fue también el autor de De nugis curialium, un recopilatorio de curiosidades medievales muy parecido a las recopilaciones hechas por Aulo Gelio en la era romana. En una de sus obras, el archidiácono hace referencia los herlethingi o «la compañía de los muertos», nombrada así en honor al rey Herla. Según Map, el campesinado bretón estaba más que acostumbrado a ver las espeluznantes procesiones nocturnas de«largas filas de soldados en silencio absoluto» que se abrían paso por la noche, con vagones de repletos de botín, bestias de carga, caballos de guerra y hasta barraganas. Incluso resultaba posible -escribió Map- hurtar caballos vivos y otros animales de la malsana procesión y quedarse con ellos… aunque el hacerlo conllevaba el riesgo de una muerte repentina y prematura.

No se nos ofrece ninguna descripción sobre las armas ni corazas de los herlethingi, así que resulta imposible aseverar si se trataba de guerreros celtas, legionarios romanos o invasores germanos. Map informó a sus lectores que los soldados fantasma estuvieron activos durante el reinado de Enrique II Plantagenet, yendo «de un lado a otro, corriendo aquí y allá en la más descabellada deambulancia, todo en un silencio absoluto, y entre ellos parecían estar vivos muchos cuyas muertes se conocían a ciencia cierta».

En una ocasión, los no muertos fueron vistos marchando a plena luz del día, haciendo que los vecinos empuñaran armas y se preparasen para hacer la guerra si el extraño ejército no se retiraba. Cuando los campesinos -acostumbrados a lidiar con pandillas de malhechores y forasteros entregados a la rapiña- dispararon flechas y arrojaron lanzas contra los herlethingi, la procesión completa se desvaneció en el aire. «Desde aquél dia, esta misteriosa compañía jamás ha sido vuelta a ver por los mortales».

En eso se equivocaba el archidiácono, y mucho, puesto que la Crónica de Peterborough recoge el regreso de estos fantasmales deambulantes nocturnos en el año 1127 d.C.: «Poco después muchos hombres vieron y escucharon cazadores. Los cazadores eran negros y grandes y asquerosos, y sus perros era negros…y cabalgaban sobre caballos y ciervos negros. Esto se vio en el pueblo de Burch y en todos los bosques desde dicho pueblo hasta Stanford, y los monjes escucharon el sonar de las trompetas, y las escucharon la noche entera. Hombres dignos de confianza que se mantuvieron atentos durante la noche dijeron que los que sonaban las trompetas eran unos veinte o treinta. Esto se vio y se escuchó desde principios de Cuaresma hasta Pascua. Así fue como llego. De su desaparición aún no se puede decir nada«.

La cacería salvaje
El folklore alemán nos brinda un grupo aún más siniestro de deambulantes nocturnos: la cacería salvaje. La llegada de la cacería está anunciada por el sonido del viento que silba entre los árboles, aunque el tiempo pueda estar calmado. Se produce entonces la aparición fantasmal de la partida de caza, con el aullido de sus perros de presa, descendiendo del cielo oscuro. Los perros, negros y escupiendo fuego, son aguijoneados por los cazadores fantasma, montados en caballos de dos o tres patas. El desventurado viajero que se topa con ellos en el camino tiene dos alternativas: arrojarse al suelo y sentir cómo las gélidas patas de los animales le pisan la espalda, o dejarse llevar por la partida de caza, corriendo el riesgo de ser depositado lejos de su casa o morir durante la furiosa embestida de los personajes malvados. Pierre de Ronsard (1524-85) autor de numerosos poemas y cantos de amor, escribió su Himno de los demonios (1556) supuestamente después casi haber sido llevado en vilo por la pujanza sobrenatural.

El Amo de los Cazadores, conocido también como el Cazador, cabalga un garañón gris o negro mientras que guía su ejército de los muertos, que incluye tanto los que han muerto en batalla como los que murieron accidentalmente, así como los recién muertos conocidos por el desafortunado espectador. Al igual que el famoso jinete de Washington Irving, el Cazador puede manifestarse como un jinete sin cabeza.

Esta aterradora procesión nocturna helaba los corazones de los pobladores del norte de Europa y pasó a convertirse en parte integral del folklore escandinavo, alemán y suizo. Al igual que los herlethingi de Walter Map, la cacería salvaje fue vista por primera vez en el siglo XIII, pocos años antes de la primera Cruzada, presagiando tal vez la carnicería de dicha aventura bélica.

Ordericus Vitalis (c.1075-1143), un monje normando de Saint Evroul, autor de los cuatro tomos de la Historia Eclesiástica, cuenta la historia de un sacerdote que regresaba a su casa después de haber administrado la extremaunción a un parroquiano. Pudo ver una procesión de figuras sollozantes que se movían lentamente, guiadas por un gigantesco guerrero. Detrás de las figuras venían portadores de féretros y más inquietantes aún, mujeres a caballo cuyas sillas de montar claveteadas brillaban en la oscuridad. El cura, según el cronista, jamás había creído en los herlethingi, pero después de haber visto personas en la comitiva cuyas muertes no estaban en duda, cambió su opinión del todo.

El aullar de los perros
Conocida bajo distintos nombres según el país en que se producen la manifestaciones, la Cacería Salvaje parece haber tenido un modus operandi bastante regular, que consistía en perturbar la paz de la noche con el aullar de los perros, el tañer de trompetas o tambores, o extrañas luces que se veían entre los bosques mientras que la procesión se acercaba, características compartidas por otros deambulantes paranormales en el sur de Europa y hasta en las Américas.

En el siglo XVI, las crónicas alemanas mencionaban que la Cacería Salvaje o wuetten-hor ya se dejaba ver de día en todas las tierras europeas, y consistía de soldados que habían fallecido antes de su momento. «Aquellos que mueren antes del momento que Dios les ha destinado», escribió Johann Geiler von Keiserberg, «y quienes se alistaron en el ejército o murieron apuñalados, ahorcados o ahogados, deben caminar largo y tendido después de muertos hasta que sobrevenga el momento indicado», creencia que antecede a las historias marítimas sobre barcos fantasma tripulados por dotaciones fantasma que no pueden dejar de vagar los mares.

Desdichados aquellos que fueron condenados a deambular de tal manera, pero ¿quién era el extraño guerrero que los guiaba? Algunos sugerían que el caballero armado no era sino el diablo, y que los perros eran ángeles caídos. Otros afirmaban que era el dios nórdico Wotan, cuyo poder se mantenía fuerte aún en esa época cristiana, y los relatos sobre la Cacería eran conocidos como wuottes-her u odinjagt. En otras regiones se pensaba que el Amo de la Cacería era nadie menos que el rey Arturo, y por esta razón se le daba el nombre de le chasse Artus en la región francesa de Auvernia. Otros le asignaron el liderazgo de la Cacería a Sigurd (en Noruega, donde la descabellada procesión se conoce como jolerei) o al rey Valdemar (en Dinamarca) y hasta a Federico el Grande (Alemania) y al emperador Carlomagno. En la tradición austriaca, la Cacería tiene el distintivo adicional de estar guiada por una mujer –Perchtaz– cuyo nombre proviene del de una diosa teutónica.

Otras tradiciones francesas sugieren que la Cacería está dirigida por un gigante de un único ojo condenado a vagar la Tierra por un plazo de doce días entre Navidad y Epifanía, durante los cuales las puertas del ultramundo están abiertas. Sir James Frazier en su monumental The Golden Bough afirma que durante esta época «el Cazador Salvaje se desplaza por los aires«, motivo por el cual los habitantes de Silesia (en el sur de Polonia) quemen resina de pino para ahuyentar las fuerzas negativas. La tradición de Latvia afirma que el diablo y sus seguidores merodean nuestro mundo bajo la guisa de lobos durante estos doce días.

La Iglesia se pronunció sobre el asunto de los encuentros sobrenaturales con la Cacería, explicando que ésta «formaba parte del ciclo de castigo del pecado», enseñando que la Cacería estaba formada por niños que murieron sin bautizar, suicidas, las víctimas de homicidio, los adúlteros y «aquellos que profanaron un ritual religioso o no ayunaron en Cuaresma». Las enseñanzas medievales sobre el castigo de las almas de los condenados en nuestro mundo antes de enfrentar la condena eterna añadían otro detalle poco agradable: los cuerpos de los participantes en la desenfrenada procesión eran deformados y mutilados por demonios y los canes infernales que les acompañaban (European Mythology. NY: Bedrick, 1987).

Una tierra encantada
Los estudiosos afirman que Julio César, nombrado gobernador de la Hispania Ulterior por el senado romano en 60 a.C., no titubeó en desencadenar una acción militar contra las tierras localizadas entre los lindes de su provincia y el mar. La conquista de Galicia no fue tan rentable como había anticipado César, ya que esperaba obtener numerosos tesoros para satisfacer tanto a sus acreedores en Roma como a su avariciosa soldadesca. Pero lo que no sabía el famoso romano es que acababa de darle al senado y al pueblo romano el control de la esquina más enigmática y sagrada de Europa.

Envuelta en el aura de misterio que arropa a todas las tierras celtas, Galicia representa un desafío a los investigadores, ya que sus misterios paranormales recorren la gama desde cavernas sobrenaturales (ver The Caves of Fear, revista FATE, marzo de 2002) hasta objetos voladores no identificados. En este extremo de la península ibérica, la Cacería Salvaje adquirió rasgos únicos que sobreviven hasta nuestros días. Si bien es posible que se haya olvidado la Cacería Salvaje en otras partes de Europa, la Santa Compaña sigue siendo una fuente de temor para muchos, un temor que hace que la gente evite caminar por los campos de noche, aún en nuestros días.

La Compaña se manifiesta como una procesión de figuras encapuchadas que camina a veces en una sola fila y en otras en dos hileras guiadas por otro ser encapuchado que porta una cruz. Las figuras silenciosas a menudo portan cirios y están rodeadas de luces de otro mundo (debe mencionarse que algunas de estas luces han sido incorrectamente identificadas con el fenómeno OVNI en algunas ocasiones). Otras tradiciones mantienen que un niño guía la procesión, y que mirar las órbitas oculares vacías del niño significará la muerte para el que se tope con la procesión sobrenatural. Algunas creencias populares manifiestan que esta procesión de los muertos está encabezada por una persona viva y condenada a acompañar a los muertos, a menudo portando la cruz o un cubo de agua bendita, debiendo cargarla hasta encontrarse con otro desventurado al que podrá transferir estas cargas. De otro modo, la persona que porta la cruz enfermará y se consumirá hasta morir.

Esta procesión de los condenados recibe una variedad de nombres dentro de una misma región, en la misma manera en que la Cacería Salvaje ha merecido nombres distintos en todo el continente. En el sur de Galicia, sobre todo en la montañosa Orense, se le denomina procesión das ánimas y en otras la hueste, la hostilla (el enemigo, derivado de la voz latina) o la estatinga (¿versión latinizada de herlethingi?). El folclore de estas regiones no duda las razones por las que aparece esta procesión: desea que los vivos celebren misas por su salvación, o quiere reprochar a los vivos por su conducta u otros pecados, o desea reclamar el alma de un vivo que está próximo a morir. Y al igual que en todas las tradiciones populares, las maneras en que se puede ahuyentar la Santa Compaña son fascinantes. Por ejemplo, se puede portar un gato negro y arrojarlo contra el líder de la macabra procesión, o se puede trazar el Círculo de Salomón en la tierra e internarse en él hasta que la comitiva haya desaparecido, o se puede hacer uso de gestos sencillos con las manos, como hacer cuernos o la figa.

El estudioso Elisardo Becoña Iglesias escribe que no todos pueden ver esta procesión de los condenados, y hace mención específica de aquellos que disponen de este dudoso don: aquellos niños que fueron bautizados equivocadamente con los óleos de la extremaunción podrán ver la Santa Compaña cuando sean mayores. Otros sólo podrán sentir la atemorizante presencia, a menudo detectando el olor a cera quemada en medio del campo, mientras otros tendrán que confiar en el terror repentino que experimentan caballos, perros y gatos.

Un fenómeno antiquísimoLa procesión de los condenados, opinan los expertos, es mucho más antigua que las creencias medievales. El psicólogo gallego Javier Alonso Rebollo lo ha resumido de la siguiente manera: «Este mito encapsula las características clásicas de las historias de fantasmas a pesar de haber sido influenciado por otros aspectos del folclore gallego. Uno de los mayores legados de la era neolítica en esta región lo es la creencia en la vida ultraterrena, y las distintas tendencias culturales y heterodoxas que alcanzaron Galicia trajeron consigo la creencia que resultaba posible comunicarse con el ultramundo. Esto también podría enlazarse con ciertas creencias espíritas. Pero la Santa Compaña tiene una característica precognitiva que anuncia la muerte de la persona que se topa con esta procesión, así como referencias a la captura del «cuerpo etérico» del testigo, lo que le obliga a encabezar la procesión sin la esperanza de escapar ni esconderse. A no ser que el testigo sea capaz de transferir la cruz a otra persona viva, estará obligada a abandonar su cuerpo físico mientras que duerme para deambular con los muertos de nuevo».

Mientras que otros expertos creen que la electrificación de las ruralías tuvo que ver con la reducción en encuentros con la Santa Compaña, las experiencias de otros testigos sugieren lo contrario.

En 1982, Bruno Alabau fue testigo de la procesión de los muertos en las cercanías de Gisamo, provincia de La Coruña. «Por aquel entonces yo era boy scout y me encontraba con mis compañeros de instituto en una acampada de fin de semana. Después de la cena, ya de noche, hicimos un acecho, una versión del juego del escondite. Yo decidí rodear el campamento a través del bosque, así que me fui colina abajo. Cuando estaba llegando a un camino, vi un grupo de luces. Pensé que sería alguno de mis compañeros, así que me escondí detrás de varios árboles con la idea de darles un susto… pero el asustado fui yo. No me preguntes qué rayos era aquello. Eran siete… ¿personas? en dos filas de tres, y con uno de ellos delante. Vestían todos igual: una especie de túnicas terminadas en capuchones como los de los penitentes en Semana Santa. El que iba delante llevaba una gran cruz con dos maderas planas, muy sencilla. Y los dos que le seguían portaban una gran vela cada uno. Los otros cuatro personajes no llevaban nada. Me quedé allí, como paralizado, hasta que cruzaron lentamente frente a mí y se perdieron por entre los árboles… Al regresar al campamento, a pesar de que iba con el corazón en la garganta, no le conté nada a nadie. Pensé que, siendo joven, me iban a tomar por loco…»

La procesión que presagia la muerteAún más sorprendente es el relato que proviene del poblado de Budiño, en dónde la Sra. Sofía Pérez, de 42 años de edad, narró una experiencia que había tenido de pequeña al investigador Manuel Carballal. «Tenía ocho años cuando pasó esto. Mi madre y yo habíamos ido a visitar una amiga y caminábamos a lo largo de un sendero detrás de mi casa, cerca del cementerio. No era tarde, pero como era invierno, oscureció muy rápido. Justo cuando llegamos a la encrucijada, escuché el sonido de pisadas, como si se acercara mucha gente. Le pregunté a mi madre que si lo oía, y me dijo que sí».

La Sra. Pérez describió la manera en que una cuantiosa procesión bajó por el camino, vistiendo las mismas túnicas y capuchas negras. «Estábamos paralizadas. Yo era pequeña y no entendía lo que estaba viendo, pero mi madre estaba aterrada. Se aferró de mi y me dijo que no hiciese ningún ruido… al final de la procesión de la Compaña vimos una mujer: ¡era ‘Tía Preciosa’, una vecina nuestra! Vivía a varias puertas de nosotras, y reconocí su manera de andar, porque cojeaba de una pierna. La vimos claramente. Portaba algo como un palo en la mano y una especie de piedra que parecía mármol pero muy, muy brillante. Nos pasó por delante como si fuera un fantasma y se fue con la Santa Compaña».

Cuando se le preguntó si había sido capaz de ver la mujer nuevamente en el mundo de los vivos, o si había llegado a preguntarle qué estaba haciendo en esa procesión durante una oscura tarde de invierno, la Sra. Pérez dijo que no. «No nos dio tiempo. Cuatro días después de que sucedió eso, Tía Preciosa murió. Estaba en su cocina y un rayo [¿rayo globular?] entró por la chimenea y la mató. Creo que todo había sido una advertencia… todos avisamos antes de morir».

En agosto de 1990, un encuentro con lo sobrenatural era lo último en la mente de Elena Bermúdez, estudiante de farmacia, que se había ido de camping a la región de Cabourne (Pontevedra) con algunos compañeros. A las cuatro de la madrugada, mientras que todos dormían, Elena despertó sobresaltada. Al no poder conciliar el sueño nuevamente, se levantó para recoger algunos cacharros que habían quedado en el campo, afuera de la tienda de campaña. Al mirar hacia un bosque próximo, Elena pudo distinguir un grupo de sombras que se acercaba por la ladera, junto a las cuales se movían varias tenues luces esféricas. «Las sombras eran espigadas, y parecían ir cubiertas con un atuendo como el de los monjes, con una tela gruesa de color marrón. Llegaron a situarse como a cincuenta metros de mí para después seguir descendiendo por la vertiente. Yo me puse histérica… un auténtico miedo me invadió en aquel momento. Corrí hacia donde estaban mis compañeros y me puse a despertarlos prácticamente a golpes, pero cuando salieron de las tiendas allí no quedaba ni rastro de lo que había sido una fila de ocho personas de elevada estatura. Aquello nos heló la sangre y esa misma noche decidimos huir del aquel sitio. Aún recuerdo los momentos de histeria que pasamos cuando recogíamos todo el material, pensado que en cualquier momento aquellos seres siniestros podrían volver a pasar por el lugar…»

En la tierra de los trotapieles
Las Américas han sido el hogar de numerosas tradiciones paranormales, pero no existe nada que coincida a la perfección con los «ejércitos de las tinieblas» que han barrido Europa desde la era medieval hasta la actualidad, y la persistente Santa Compaña. Sin embargo, existen aspectos de estos fenómenos europeos que se han dado en costas norteamericanas. El más reciente de ellos tiene que ver con la mención por John A. Keel en su obra Disneyland of the Gods sobre procesiones de automóviles que parecen estar conducidos por individuos «sumidos en un estado de sonambulismo», una condición tal vez comparable a la de los vivos que deben marchar con las figuras encapuchadas hasta que otro desventurado pueda librarlos de su triste condición.

Nuevamente, aunque los detalles son distintos a los de la tradición europea, en norteamérica existe la creencia en enjambres de luces individuales -o a veces grandes bólidos- que se desplazan entre los bosques de noche. Este fenómeno está asociado a la creencia en bearwalkers o skinwalkers (trotapieles). El llegar a ver uno de estos enjambres luminosos, o presenciar el tránsito de un trotapieles, anuncia la muerte del testigo o de algún tercero.

En 1952, el antropólogo Richard Dorson fue el primero en dar a conocer el tema de los trotapieles al mundo universitario. Dorson entrevistó a varios jefes de la tribu Chippewa, quienes le informaron que el trotapieles es casi siempre un hechicero que recibe el don de «adoptar formas de poder» -como la de oso- para cometer toda suerte de fechorías. Sin embargo, el observador que casualmente se abre paso entre la oscuridad del bosque sólo verá luces deslumbrantes entre la arboleda en vez de la forma adoptada por el hechicero. En algunas ocasiones, los enjambres de luces podrán combinarse para formar enorme bólido, capaz de alumbrar el bosque por cientos de metros a la redonda.

En su libro Secret Society of the Shamans (la sociedad secreta de los chamanes), Dennis Morrison narra la experiencia vivida por Alec Philemon, miembro de la tribu Chippewa que rememoró un incidente acaecido en 1918. Durante su adolescencia, Philemon había ido a visitar a una mujer enferma en compañía de su madre y hermana. A eso de las 11:00 de la noche, los tres caminantes vieron un bólido que se les acercaba por el camino principal. «Mi madre y mi hermana se desmayaron enseguida; logré agarrar a mi madre, y me dijo: eso tuvo que haber sido un trotapieles… fue demasiado para nosotras.» La mujer vaticinó que su hijo sería el que viviría por más tiempo después del encuentro, una profecía espeluznante, ya que madre e hija murieron poco después en la epidemia de influenza que arrasó al mundo entero.«Esa mujer que visitamos… como una media hora después de haber regresado a nuestro hogar, pudimos oír el tocar de campanas. Esa mujerhabíamuerto».

Como en todas las tradiciones que tienen que ver con presencias relacionadas a la muerte -y a pesar de la enorme fuerza irradiada por los trotapieles- existen maneras de resguardarse. Una de ellas consiste en permitir que la presencia sobrenatural siga de largo y luego tomar un puñado de tierra que haya sido pisada por el ser, para ponerla sobre los labios.

La obra de Morrison también cita otro caso: el de Nancy Picard, quien presenció las luces de un trotapieles el día en que falleció su padre en 1914. Cuando sus parientes salieron a revisar, solamente lograron ver la luz brillante, pero una oleada de temor indescriptible les dejó paralizados (descripción parecida a la extraña sensación experimentada por los testigos del «hombre polilla» en Point Pleasant, Virginia Occidental, en 1967).

Conclusión
La posibilidad de un encuentro nocturno con un ser inusual, o posiblemente no humano es de por sí alarmante; encontrarse con una comitiva de figuras extrañas, ya sea la Santa Compaña o los ejércitos nocturnos del norte de Europa, es algo que infundiría pavor al más valiente. Mientras que los folcloristas nos dicen que estas creencias estaban fundamentadas mayormente en la doctrina del castigo terrenal de la Iglesia, ¿cómo explicamos los encuentros físicos y muy reales ocurridos en distintas épocas?

Algunos papas y teólogos descartarían el concepto de la condena terrenal a favor del purgatorio en un lugar más allá de los confines de la tierra, pero como hemos visto, el fenómeno no cedió ante las indicaciones del papado, permaneciendo tan poderoso y aterrador como antes en otras partes del mundo, particularmente en Galicia. La explicación religiosa también queda socavada por el hecho de que la mitología griega nos presenta a la diosa Hécate, quien vagaba por la noche con jaurías de perros negros en las noches sin luna, con el objetivo de cosechar las almas de los incautos.

Tal vez la última palabra en el asunto le corresponda al investigador biofísico Fernando Magdalena, pronunciándose sobre la reducción en frecuencia de estas apariciones nocturnas: «Para nosotros, se debe al aumento en la electrificación y la pavimentación de las zonas rurales. Para los creyentes, la razón es que ahora se rezan más misas para los muertos«. Por Scott Corrales.
 

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