666, Numero de la Bestia

666, Numero de la Bestia
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Apocalipsis 13, 17: «…y que nadie pusiese comprar o vender sino el que tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre. (18) Aquí está la sabiduría.
 
El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis». Estos dos versículos bíblicos han desatado ríos de tinta durante 2000 años.
 
Pero esos ríos han sido especialmente caudalosos, casi desbordantes, en los últimos 50 años. Y si algunos exégetas, teólogos y comentaristas bíblicos han interpretado en número 666 con el símbolo del Diablo, y algunos de ellos han identificado el concépto de «anticristo» con una encarnación apocalíptica de ese Diablo, la prensa, la literatura y el cine de terror, han terminado de popularizar la imagen, ya casi arquetípica, de un Satán encarnado en cuerpo mortal, dirigiendo las ordas diabólicas en el momento del fin del mundo… Son ya legión los buscadores de pistas diabólicas del fin de los tiempos, que oscultan detalladamente todo indicio de presencia satánica en la economía, política o sociedad contemporánea, intentando encontrar pruebas a su prejuicio de que, antes del año 2001, se producirá el Apocalipsis.
 
Entendiendo Apocalipsis, como destrucción del planeta tierra, y no como Revelación, que es lo que realmente significa este término griego. Pero, al margen de eruditas reflexiones exegéticas, la profecía del Anticristo, es entendida popularmente como el anuncio inevitable de un inminente cataclismo o contienda mundial, originado por un humano que ha encarnado en la Tierra a Satanas -como Jesus encarnaria a Dios-, que coincidirá cronológicamente con las inmediaciones del fin de milenio, y cuyo símbolo es el número 666. Películas como La Profecía, La Maldición de Damian y La Muerte de Damian, han terminado por consolidar en la opinión publica la imagen de un Anticristo identificado con el Satán-hombre con el 666 tatuado en el cuerpo, lo que no deja de ser otra interpretación literal del texto bíblico, en el que se cita la «señal en la frente o en la mano» de los hijos de la Bestia.
 
Sin duda, cuando el evangelista Juan escribía en la isla de Patmos su «Revelación» (El Apocalipsis) no podría ni sospechar remotamente las intrincadas cábalas e forzadas interpretaciones a que sería sometido su texto 2000 años después, por hombre y mujeres, convencidos de que en sus páginas se encierra el secreto del fin de la humanidad… Buscad y encontraréis A la hora de enfrentarnos a la profecía del 666, como a todas las profecías, podemos enfocarla desde dos puntos de vista; el de los cristianos y el de los anticristianos, o sea, los satanistas.
 
Por un lado existen apasionados creyentes, autoerigidos como «cruzados contra las ordas de Satán», que con un fanatismo no exento de cierta peligrosidad social, proclaman que el fin del mundo se encuentra a la vuelta del milenio, y enumerando las señales que «demuestran» tal inminencia apocalíptica. Algunos no han dudado en manifestarse frente al edificio Thisman Boulding, el número 666 de Manhatan, que tiene en su azontea un enorme 666 que cada noche ilumina las noches de New York.
 
Uno de los mejores ejemplos es el de las predicadoras protestantes Hermana Carmín Ramos, o la no menos alarmista Mary Stewart Relfe. Esta última publicó dos libros, clásicos ya en la bibliografía apocalíptica, titulados Cuando el dinero falla y El nuevo sistema monetario (ambos publicados en España por editorial evangélica CLIE). Stewart Relfe, como tantos otros estudiosos de último libro de la Biblia, partió del supuesto de que el relato de Juan en El Apocalipsis, no sólo no es una visión equiparable a la de cualquier otro médium, contactado o vidente, sino que es una descripción exacta de lo que aguarda a la humanidad en un futuro inminente. Así pues, se puso a buscar en la prensa, los informativos, y medios especializados, una pista que le pudiese indicar donde se ocultaba ese 666 que revelaría la herramientas que Satán utilizará para acabar con la raza humana e imponer el reino del Diablo en el planeta… Mary Stewart siguió la pista del 666 en todo lo que pudiese sugerir un peligro apocalíptico para la humanidad.
 
Estudió las fechas de los principales conflictos bélicos; calculó la proporciones de las superficies nucleares del planeta; computó las equivalencias numéricas a los nombres de los principales políticos; conjeturó sobre las cantidades de armas en los arsenales internacionaes… pero no terminaba de encontrar un 666 lo suficientemente evidente como para anunciar que había desenmascarado la táctica de «El Adversario», así que siguió buscando. Buscó, buscó y buscó, y como era de esperar, encontró.
 
Sus libros Cuando el dinero falla y El nuevo sistema monetario, relatan su aventura tras la pista del Anticristo, al descubrir que en el código de barras, que controla ya la economía internacional, se ocultaba el número 666. Steward Relfe supuso que, si el versículo 17 del capítulo 130 -por supuesto del libro del Apocalipsis- insistía en que «nadie podrá comprar ni vender» sin la marca de Satán, debería orientar sus pesquisas hacia el mundo de la economía. Y así se encontró con el código de barras, un ingenioso sistema de clasificación informática, que se haya impreso ya en la práctica totalidad de productos comerciales que podemos adquirir en todo el mundo.
 
Desde una cajetilla de tabaco a una botella de licor, desde un libro a un paquete de caramelos… en todos los productos que adquiramos en el supermercado más cercano, encontraremos impreso ese conjunto de rayas y números llamado «código de barras».
 
Pero si nos detenemos un instante con uno de esos códigos (haga la prueba tomando ahora cualquier producto y observando el código de barras que lleva impreso), observaremos una peculiaridad. Al principio del código hay una barra doble, un poquito más larga, que no tiene número debajo como las demás; justo en el medio del código hay otra igual, y hay una tercera idéntica al final del código. Pues bien, Mary Steward consiguió localizar la empresa de diseño informático que había diseñado el sistema y averiguó, con sonrisa triunfal, que cada una de esas barras dobles simboliza un 6, la clave sexagesimal que decodifica toda la información acumulada en el código.
 
Es decir, que en cada uno de esos códigos de barras impresos en todos los productos comerciales de la sociedad contemporánea, se ocultan un 6, 6 y 6. O dicho de otra manera, una clave 666 controla ya la economía internacional. La afirmación de Mery Steward Relfe podría parecernos ridícula, sin embargo cuenta con apasionados defensores. En España ha sido acogida con gran entusiasmo por grupos evangélicos, sectas apocalípticas, cenáculos de oración marianos, y demás colectivos pro-apocalipsis.
 
Especialmente inquietante resulta la opinión de Francisco Sánchez Ventura, editor de la revista María Mensajera. Y digo especialmente inquietante porque, amén de ser uno de los principales dirigentes del movimiento mariano español (y autor, entre otras cosas, de la Capilla erigida en homenaje a las Apariciones Marianas de Garabandal), Sánchez Ventura es Catedrático de Economía. Y como veterano economista que és, no duda en reafirmar la teoría de Steward Relfe, añadiendo además que toda la información recogida en los códigos de barras, marcados por el 666, es procesada en el colosal ordenador central de la Comunidad Económica Europea en Bruselas, conocido popularmente como «La Gran Bestia»… Los hijos de la Bestia Y si los cristianos y «cruzados contra Satán», obsesionados por el Apocalipsis lo tienen claro, sus adversarios, los satanistas, también. En 1985 tuve la oportunidad de investigar a una secta satánica afincada en La Coruña llamada «Los Amigos de Lucifer». Sabía que existía una secta satánica del mismo nombre en el sur de Francia, concretamente en Niza, que se dedicaba a impartir conferencias públicas anunciando el inminente retorno de Lucifer, encarnado como Anticristo, en este fin de milenio.
 
Pero los franceses no pasaban de ese apostolado «teórico» del Anticristo. Los españoles eran más «elocuentes». No sólo habían profanado las imágenes religiosas de iglesias como Nuestra Señora de Fátima, sino que llegaban incluso a agredir físicamente a los representantes del cristianismo que se encontraban en su camino, fuesen estos sacerdotes católicos, elder mormones, o vendedores de La Atalaya. Tras muchas pesquisas localicé el local donde se reunían; un enorme y destartalado caserón abandonado, en una de cuyas ventanas se apreciaba una cruz invertida. Ese era el único indicio que corroboraba mis sospechas de que en aquella antígua fábrica de tabaco se reunían los adoradores de Lucifer.
 
Una noche, al fino de las 4 de la madrugada, reuní el valor suficiente para intentar una incursión en aquel viejo caserón. Una cuerda, un garfio y una linterna me permitieron asaltar la vivienda y trepar, con más torpeza que tino, hasta un ventanal abierto a 5 o 6 metros del suelo, por el que pude colarme en el interior de la vieja fábrica. No entraré en detalles sobre el terror que sentía al recorrer, sólo y desarmado, aquellas enormes salas llenas de columnas, en las que el haz de mi pequeña linterna dibujaba todo tipo de demonios aberrantes ilustrados por mi fertil imaginación… Por fin encontré lo que buscaba, una especie de altar presidido por un cuadro, de unos 2 metros de altura, que representaba una especie de demonio de ojos negros como la muerte, y pies en forma de tentáculos. Solo meses después averiguaría que el supuesto pintor de aquel cuadro había muerto en condiciones extrañas. Pude controlar mi miedo el tiempo justo para tomar unas fotografías y salir de allí con pies en polvorosa. Pero antes de marcharme definitivamente de aquella «capilla satánica», me encontré un pequeño grabado en el suelo con el 666 torpemente recortado. Aquel grupo satánico, como tantos otros, utiliza el 666 como emblema.
 
Sabedores de que el cine y la televisión han identificado sistemáticamente el triple 6 con «su dios», hacen uso de los símbolos que, inconscientemente, despiertan reacciones en el inconsciente humano. Ese es un punto en común entre las sectas satánicas y las sectas cristianas, ambas hacen uso del los mismos símbolos en pro de sus intereses. Unos, como los abundantes grupos fundamentalistas cristianos, utilizan el 666 como instrumento de terror, amenazando a los que no sigan sus creencias, con un infierno de dolor y sufrimiento en la tierra.
 
Y los otros, adoradores de Satán, utilizan el 666 para atraer la atención, y la fascinación, de posible adeptos. Desde productoras musicales pro-satánicas, hasta cadenas de pubs, el 666 es utilizado como un reclamo comercial, precisamente porque esos tres números nos fascinan a la par que nos atemorizan. Pero no quisiera concluir fomentando el alarmismo.
 
Lo más sorprendente, y a la vez esperanzador, de toda esta historia, es que para los verdaderos expertos en el Apocalipsis; para los auténticos eruditos, científicos e historiadores, el «Anticristo» no es un singular, sino un plural, ya que San Juan se refiere así a todos aquellos que no aceptan la divinidad de Cristo, y no a una encarnación de Satán (concepto esté inadmisible teológicamente). Por otro lado el Apocalipsis no es interpretado profética, sino alegóricamente por esos mismos expertos, que no ven en el un anuncio del destino de la humanidad, sino una «Revelación», que es lo que realmente significa ese termino.
Y en tercer lugar, para expertos como Hugth Schonfiel (autor de El Nuevo Testamento Original), entre otros muchos, el número escrito originalmente en el texto de Juan no fue el 666 si no el 616, pero cuando el emperador Nerón comenzó su brutal persecución de las primeras comunidades cristianas, se alteró el segundo número ya que, la trascripción numérica del nombre de Nerón a caracteres romanos era el 666, ya que se consideró al emperador como el auténtico «demonio» azote del cristianismo, y «anticristo» por excelencia. Puestas así las cosas, y desde una perspectiva exclusivamente rigurosa y pragmática, no hay un «Anticristo», un «Apocalipsis», ni un 666.
 
Sin embargo esos son los símbolos utilizados por cristianos y anticristianos en este fin de milenio, y como todo símbolo encierra en si mismo un poder. El poder de los sentimientos, y reacciones inconscientes que dicho símbolo genera en la mente humana. Ahora dependerá de dichos grupos, cara y cruz de un mismo fanatismo, como utilicen ese poder. Y de nosotros dependerá permitir que esos símbolos influyan o no en nuestras conciencias. El número de la Bestia Para estudiosos como Francisco Sánchez Ventura o Mary Stewart, el 666 se encuentra ya en todos los campos de la economía y la cultura que controlan nuestra sociedad. Estos son algunos ejemplos: – El primer código del Banco Mundial, ya en 1984, era el 666. – En USA existen nuevas tarjetas de crédito con el prefijo 666. – Los sistemas de las computadoras Olivetti P.6060 usaban un sistema de procesamiento basado en los números 666. – La división de ATF de la policía americana (la que cargó contra los Davidianos de Wacco) tiene un 666 en su placa. – El departamento de impuestos de USA utiliza claves iniciadas con el 666 en sus clasificaciones de tipos fiscales. – Los credenciales del servicio secreto de Carter llevaban el 666 en sus credenciales – La tarjeta de crédito Master Card empezó en 1980, usando los números 666. – Los tanques contruidos por la corporación Chrysler para el ejercito americano llevan el 666 en sus costados. –
 
Las tarjetas del Servicio Selectivo (militar) americanas llevan el 666… La lista de ejemplos es interminable, sobretodo si para obtener el 666 se suma, resta y multiplica a conveniencia. Un ejemplo obvio: si sumamos la fecha de la llegada del hombre a la luna 26-7-69 (102) y la multiplicamos por el número mágico hebreo (7), y restamos a esa suma el año en que se inicia el fenómeno OVNI (47), obtenemos el siniestro número 667… 666 en Canarias.
Por Manuel Carballal

 

 

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