La antigua América (2)

La antigua América (2)
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Los astrónomos creen que nuestra Tierra tiene una antigüedad de 4.500 millones de años. Los geólogos estiman que hace aproximadamente 800 millones de años Norteamérica formaba parte de Laurasia y Sudamérica de Gondwana.

Los teólogos enseñan que Dios creó el Universo para la manifestación del hombre, quien apareció en la Tierra poco después de su creación sin tener que esperar innumerables eras para evolucionar desde el légamo del mar hasta un ser sensible, proceso como para agotar la paciencia hasta del mismo Dios. Extraterrestres de otras estrellas de nuestra galaxia podrían haber aterrizado aquí y colonizado nuestro mundo hace cientos de millones de años, hallándose ya sus huesos disueltos en polvo.

El doctor L. S. B. Leakey ha encontrado en Kenya fragmentos de mandíbula de un ser humanoide que vivió hace veinte millones de años. Los paleontólogos sugieren que la criatura fue salvaje, pero pudo haber sido más sabia que Sócrates.

Los prehistoriadores siguen aún enseñando que a pesar de la enorme edad de América siguió siendo un continente virgen separado del resto del mundo hasta aproximadamente 20.000 años antes de J. C., cuando pequeños grupos de nómadas asiáticos se abrieron penosamente paso a través del estrecho de Bering desde Siberia a Alaska y llevaron luego lentamente su cultura de la Edad de Piedra a lo largo de la costa hasta la Patagonia.

Los antropólogos aceptan que durante los pasados diez mil años el hombre, a pesar de varios reveses, ha evolucionado desde las cavernas hasta las naves espaciales, pero insisten ilógicamente en que durante los precedentes veinte millones de años la evolución humana estuvo probablemente en suspenso, y el hombre vivía algo así como en estado de trance. Hay una amplia y cumplida evidencia de que el hombre no ha progresado, sino degenerado. Si vivieron hombres en África hace millones de años, seguramente que hombres contemporáneos debieron haber vivido en América. Los seres espaciales que aterrizaron en el Antiguo Oriente lo habrían hecho asimismo en el Antiguo Occidente.

Los mitos de la Creación de Norte y Sudamérica muestran una asombrosa semejanza con los de Europa y Asia, sugiriendo un remoto origen central. Los simples relatos contienen a menudo una gran sabiduría, anticipándose a las enseñanzas de la teología y la ciencia actuales. Los indios Omaha creían que en el principio todas las cosas estaban en la mente de Wakinda, todas las criaturas incluyendo al hombre eran espíritus, que descendieron del Sol, pasando a la Luna, y luego a la Tierra, suponiendo así que nuestro planeta fue colonizado por seres espaciales.

Los indios Winnebago, de Wisconsin, evocaban el Génesis al manifestar que el Hacedor de la Tierra deseó la luz y la luz se hizo, que luego deseó la Tierra y ésta vino a la existencia, y que tomó un trozo de tierra, lo sopló y creó el hombre.

Los Yakutas de California pensaban que un ser sobrenatural llamado Koyadarma el Coyote se posó sobre el primigenio océano. El Coyote dijo: «¡Que se convierta esto en arena!», y se convirtió en arena. Las tribus indias de las selvas del este creían en Padre-Común, como Zeus u Odin.

En la costa noroeste imaginaban un viejo jefe viviendo en una casa en el cielo, el «Padre en el Cielo». En las grandes selvas los indios creían en el Gran Manitu, un espíritu supremo, sin forma, y que todo lo abarcaba, llamado por los Pawnees de los llanos «Tirawa Atius», el Poder Desconocido.

Los Iroqueses, Hurones y Wyandotas enseñaban que el primer pueblo vivió en el cielo antes de que la Gran Tortuga crease la Tierra frente a las aguas; los indios Pueblo creían que el Dios Awonanwilome, existiendo en primitiva oscuridad, pensó en la existencia de brumas portadoras de gérmenes de vida e hizo de su propia carne la Tierra y el Cielo.

Los Algonkianos contaban un sofisticado Mito de Creación, sobre Gluskap matado por su perverso hermano Malsuni, y luego mágicamente vuelto a la vida, evocador de Osiris y Seto Creó el mundo con los huesos de su Madre, conquistó a los Gigantes de Piedra y llevó a cabo grandes portentos. Los Caribes decían que el Padre Cielo y la Madre Tierra llegaron juntos y engendraron la Humanidad.

El Popol Vuh, el original ?Libro del Pueblo? escrito en lenguaje quiché de Guatemala, y transcripción de una antigua crónica nativa, declaraba que en el Principio todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio, inmóvil, y el cielo estaba vacío sobre el tranquilo mar.

Nada existía, sólo el Creador, el Hacedor, Tepeu, Gucumats, los antepasados estaban en el agua rodeados de luz. Juntos crearon la Tierra y formaron hombres de la madera, a semejanza de la creencia escandinava del hombre hecho de los árboles. Los indios Arawak creían que el hombre fue creado de las piedras, lo cual guarda una notable afinidad con la leyenda griega de Deucalion y Pirra.

Nuevos descubrimientos en geología muestran que ha habido muchos cambios violentos en continentes y mares, climas y culturas, explicados al parecer por una desviación del eje de la Tierra y el desplazamiento de los Polos, como lo registró Herodoto, quien databa el último, gran cataclismo hacia el año 11.000 antes de J. C., lo que fue controvertido por Emmanuel Velikovsky, cuya revolucionaria tesis Mundos en colisión probaba catástrofes en los años 1.500 y 600 antes de J. C.

La evidencia de esos titánico s desastres que devastaron nuestro planeta se recuerda en leyendas aún existentes en todo el mundo, especialmente en América del Norte. En su magistral estudio Tierra en cataclismo, Velikovsky reúne impresionantes datos demostrativos de los fantásticos cataclismos que convulsionaron a los continentes en épocas históricas de las que fue testigo el hombre.

La cronología que expone puede ser controvertida y algunas catástrofes pudieron haber ocurrido miles de años antes, causando la destrucción de Mu  y de la Atlántida.

Sea cual fuere la fecha exacta, es obvio que en más de una ocasión toda la masa terrestre americana y sus gentes sufrieron terremotos, inundaciones y cambios de clima que, por su ingente magnitud, debieron haber destruido toda civilización y vuelto a sumir a los agobiados supervivientes en la barbarie, de la cual surgieron lentamente.

En Alaska varias millas de cieno helado contienen fósiles de millones de mamuts, mastodontes y animales ya extinguidos, piel, pelo y carne mezclada con árboles desarraigados, como en las Islas Marfil, a la altura de Siberia. Instrumentos de piedra hallados a grandes profundidades muestran que el hombre vivió en América en tiempos del Pleistoceno y cazó elefantes.

Inmensos bloques erráticos de granito arrancados del Canadá y Labrador, que pesaban miles de toneladas, se apilaron en las montañas de New Hampshire, Massachussets, Wisconsin y Connecticut. Bloques de estratos de caliza se hallan en Ohio y Michigan comprimidos con pescado espléndidamente conservado.
Esqueletos de ballenas se encuentran en Vermont y Montreal.

Profundos cañones de los ríos San Lorenzo y Hudson se extienden cientos de millas en el océano, indicando que el suelo se hallaría cubierto por el mar en épocas post-glaciales. El mar inundó en otros tiempos las grandes llanuras desde México hasta Alaska.

En Nebraska se encuentran enterrados los huesos destrozados de miles de rinocerontes, caballos provistos de garras y gigantescos cerdos violentamente destruidos. En Montana brotaron súbitamente montañas en cientos de millas, y vastos flujos de lava cubrieron doscientas mil millas cuadradas de Washington, Oregón e Idaho, con capas de cientos y hasta de miles de pies de espesor, sugiriendo series de eyecciones separadas durante el período cenozoico de los mamíferos y el hombre.

A lo largo del llano costero desde Nueva Jersey, al nordeste de Florida hay miles de depresiones marismeñas, calas llenas de cieno y arena. Estos cráteres ovales, inexplicables por la acción geológica, son atribuidos a impactos meteóricos; un cometa asestado probablemente del noroeste.

En el Labrador el cráter meteórico circular Chubb  cubre una superficie de cuatro millas cuadradas y fue probablemente causado por un asteroide hace cuatro millones de años; es seis veces mayor que el famoso cráter de Arizona atribuido a un cometa.

Los sondeos y análisis de sedimentos prueban que la Cordillera Media Atlántica es volcánica.
La lava se esparció en época relativamente reciente. No hace mucho había tierra y playas en el Atlántico Medio, que nos sugieren la Atlántida de Platón. El paleomagnetismo muestra que los polos magnéticos fueron revertidos, violentos cambios de clima causaron Edades del Hielo, millones de personas y animales resultaron muertos, se transformaron continentes y se destruyeron civilizaciones. Un velo de crepuscular misterio envuelve a la América del Norte.

En medio de las ciclópeas ruinas del cataclismo pocos monumentos subsistieron como recuerdo del poderoso pasado.

Por W. Raymond Drake

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