La existencia de una civilización mundial destruida hace tiempo puede ser establecida por muchas señales insignificantes quizás aisladas, pero que reunidas forman un maravilloso mosaico que describe una brillante y trágica cultura en épocas pasadas. Mucho podría escribirse sobre esos gloriosos tiempos de la Prehistoria, pero debe bastar lo aquí dicho para probar su realidad.
Teólogos y mitólogos convienen en que la religión primitiva fue la adoración al Sol asociado con dioses de las estrellas, como también a cultos familiares simbolizados por representaciones del falo, la vulva y la serpiente. Los arqueólogos descubren una antigua adoración del Sol desde el Amazonas al Africa y el Japón, restos de la religión cósmica enseñada por los seres espaciales.
Se supone generalmente que los bloques monolíticos o pilares hallados por todo el mundo representan el falo del varón, y que los círculos de piedra o templos circulares representan la vulva de la hembra, símbolos sexuales de los más antiguos cultos de la fertilidad.
Ahora se presenta la especulación sobre si el obelisco trataba realmente de copiar un cohete o nave espacial y si el círculo significa un platillo volante; nueva interpretación que puede ser más plausible de lo que parece. Se asignaba al famoso la representación del plano de una nave espacial vista por David. Literalmente la «Mansión del Señor» significa la «Morada de los Seres Espaciales», la cual se habría aparecido a los israelitas como una nave del espacio.
Se cree que los antiguos heredaron una ciencia psicoeléctrica con fantásticos poderes, de sus Maestros del Espacio o de portentosas civilizaciones tiempo ha desaparecidas.
Hay tradiciones que insinúan que hace milenios Magos Negros desarrollaron armas sidéreas más potentes que nuestra bomba de hidrógeno, cuya explosión destrozó la civilización, desplazó los polos magnéticos y modificó los protectores cinturones de radiación, produciendo rayos cósmicos intensificados que causaron mutaciones de especies y cambiasen climas, convulsionando la Tierra en inmenso desastre.
Posteriores generaciones condenaron toda ciencia como magia negra y persiguieron a quienes practicaban artes secretas, quemando periódicamente sus libros, temiendo secretamente quizá que los científicos volviesen a causar cataclismos.
Durante miles de años fueron conservados algunos fragmentos de la antigua sabiduría por Iniciados que escondían su saber arropado por el cabalístico lenguaje de la alquimia, y cuya búsqueda de la piedra filosofal o la fabricación del oro, interpretada ahora en términos de la física moderna, revela secretos de reacciones nucleares, radiactividad y transmutaciones de metales justamente realizadas ahora por nuestros científicos.
En los antiguos tiempos, los metalúrgicos estudiaban las propiedades ocultas de metales que destilaban mediante técnicas aún hoy desconocidas. Los astrólogos determinaban la influencia de las radiaciones de las estrellas sobre el destino humano.
Esos arcanos del saber estaban encubiertos por la numerología y el simbolismo del Tarot.
La manipulación de las fuerzas naturales sigue siendo practicada aún por chamanes y curanderos-brujos para matar o sanar; la acupuntura practicada por los médicos chinos desciende probablemente de una antiquísima medicina con un diferente concepto del hombre y de sus dolencias.
Todo este conocimiento ajeno a nuestras modernas formas de pensamiento revela como en una ojeada atormentadora de un anhelo inasequible aquella áurea civilización mencionada en los clásicos sánscritos, cuando los Celestiales visitaron la Tierra y los terrestres volaron a las estrellas.
Los más tempranas manuscritos de la antigüedad de Europa y Asia son crónicas fragmentarias de memorias raciales del imperio mundial gobernado por Celestiales con fantásticos poderes que enseñaron la adoración al Sol.
Los Gigantes se rebelaron, y tras una guerra titánica en la Tierra y en el Cielo, los cataclismos cambiaron el clima, y los insanos supervivientes emigraron a través de los continentes.
Tales tremendos acontecimientos no pudieron estar limitados a Europa; seguramente debieron haber influenciado en las Américas. Ninguna literatura sobrevive de la antigua América; el Popol Vuh de Guatemala, los códices aztecas y los petroglifos mayas son comparativamente recientes, probablemente copia de otros registros más viejos.
Leyendas desde el Canadá hasta la Patagonia cuentan sustancialmente las mismas historias, que nuestras modernas mentes pueden interpretar erróneamente.
Existen probablemente otros registros en formas que no atinamos a reconocer. Dentro de siglos la información será conservada en computadores miniaturizados, suspendidos en satélites artificiales. Los historiadores que estén condicionados a tal tecnología, acaso no entiendan los libros escritos hoy, caso de que alguno quede.
Nuestra civilización acaba en polvo, nuestros restos quedan pronto destruidos y excavadoras arrasan nuestras iglesias para instalar estaciones de gasolina.
¿Qué encontrarán los futuros arqueólogos en nuestros cementerios, pronto sustituidos por crematorios que nos reducirán a cenizas? ¿Qué quedará de nuestro siglo XX?.
A los grandes Iniciados del pasado se les atribuye una gran desconfianza por la escritura para que su saber no fuese empleado para la maldad.
Transmitían sus enseñanzas oralmente a sus discípulos. Tales métodos primitivos no pueden enfrentarse con ideas complejas. Los antiguos debieron haber empleado alguna especie de artilugio de registro y transmisión de su saber aún desconocido para nosotros; leyendas sugieren que esa información para la posteridad fue depositada en cápsulas del tiempo que aún hemos de descubrir.
Toda la Biblioteca de la Atlántida pudo haber sido condensada en un par de recipientes de latón que en nuestra ignorancia volveríamos a arrojar al agua.
Una abrumadora evidencia de civilizaciones perdidas puede existir en torno nuestro sin que nuestras mentes puedan reconocerla.
John Michel, en La opinión sobre la Atlántida (The View over Atlantis – Saga Press, Londres, 1969), describe cómo puede apreciarse que en todo el mundo los hombres utilizaban un extraordinario poder para partir y alzar enormes bloques de piedra en círculos de erectos pilares, en pirámides, en la construcción de túneles subterráneos, de ciclópeas plataformas, y con frecuencia como instrumentos astronómicos, disponiéndolas en una red de alineamientos.
Este sistema de magia natural que implica el empleo del magnetismo polar y energía solar halló una particular expresión en la antigua China, donde el propio paisaje fue modificado para alinearlo con «una red de invisibles canales, a lo largo de los cuales fluía la corriente del dragón con la influencia que emanaba de los cuerpos celestiales».
Mr. John G. Williams, de Abergavenny, en una notabilísima labor investigadora, ha descubierto un antiguo sistema de líneas conductoras cuyo potencial energético conecta con hitos prehistóricos en toda Inglaterra y coincide a menudo con praderas temporales, antiguas pistas, puntos focales de fuerza magnética, generalmente parajes sagrados, ahora ocupados por iglesias.
Una extraña energía que emana aún de piedras prehistóricas ha sido detectada en fotografías tomadas por Mr. Williams, demostrando que subsisten aún radiaciones de aquella civilización eléctrica del más remoto pasado. Las praderas temporales prehistóricas parecen coincidir significativamente con la trayectoria del vuelo de los OVNIS.
La veneración de las cimas montañeras por las tribus de Norte y Sudamérica sugiere que el continente americano tiene zonas de energía, una rejilla nacional de radiación eléctrica, y hasta psíquica, del más remoto pasado, quizá desde la mágica Atlántida.
Por W. Raymond Drake