La Egiptología, tal y como se divulga en toda clase de publicaciones, se encuentra en el mismo estado que la Astronomía antes de que Ga1i1eo Galilei confirmara la teoría heliocéntrica de Copérnico y refutara el mito bíblico de la detención del sol en un quimérico recorrido por orden y mando de Josué.
A esta Astronomía, vigente durante siglos, se puede parangonar la Egiptología. Ambas ciencias basaron sus principios en falsos postulados. La primera, en la teoría geocéntrica del astrónomo alejandrino Claudio Tolomeo, y la segunda, en un arbitrario desciframiento de los jeroglíficos egipcios.
Pero si Tolomeo consiguió realizar, no obstante sus errores, interesantes ensayos y descubrimientos científicos, por el contrario, lo obtenido por los egiptólogos a través del desciframiento de los documentos egipcios, no son más que hipótesis e invenciones con las que se pretende aumentar los conocimientos que del Antiguo Egipto ya se teman procedentes de los historiadores griegos.
Sin embargo, esta extraviada Egiptología continúa vigente en espera de que le salga su Ga1i1eo con el propósito de serIo y sin temor a ser conminado a retractarme por los egiptólogos que se den por aludidos, he ilustrado y escrito este libro con la buena intención, primero, de denunciar y poner en evidencia la mixtificación histórica cultivada por la Egiptología, y segundo, de aportar datos hasta ahora ignorados de aquella extraordinaria civilización llamada del Nilo.
Pero antes de proseguir, creo que al lector le interesará conocer al autor. Es costumbre editorial que en el prólogo de una obra se incluya la presentación de quien la escribe. Este cometido se confía casi siempre a algún escritor versado en la materia tratada en sus páginas, pero no conociendo a nadie que pudiera personificarle, heme aquí, presentándome yo mismo.
Vaya pues, a renglón seguido, mi autopresentación:
Ni soy escritor ni egiptólogo, aun cuando buena parte de mi tiempo se lo llevan mis estudios e investigaciones sobre la civilización egipcia. Mi profesión es la de dibujante humorista. La especialidad que cultivo son las historietas sin palabras. Aparte un poco de dibujo académico, nunca estudié nada. No pude. Mi cultura no pasa de ser elemental. La adquirí yo mismo. Soy, pues, lo que se llama un autodidacta. Ignoro la lingüística y disciplinas afines; rehúyo las rigurosas matemáticas; la Ingeniería y la Arquitectura solamente me interesan en sus realizaciones. He leído algo de Historia. No mucho. A pesar de esta insuficiencia cultural, he conseguido descubrir el papel de entrometidos que tienen en el estudio y desciframiento de los jeroglíficos egipcios los lingüistas, filólogos, etimólogos, etc.; en el campo de las matemáticas he logrado hallar la unidad de la medida lineal empleada por los antiguos egipcios en la construcción y en la agrimensura, así como el significado del número en el simbolismo religioso de su civilización; en el vasto terreno de la arquitectura hallé la finalidad dada a las pirámides y obeliscos, las técnicas empleadas por sus constructores para edificarlos y erigirlos. Identificando algunos ideogramas he conseguido descubrir el procedimiento empleado en el Valle del Nilo para el transporte pesa¬do, y estudiando a Herodoto y a Horapolo me ha sido dable verificar lo que había de cierto. en aquello que otros impugnaban.
Apenas conozco Egipto. Estuve en él un solo día en viaje turístico. Visité el Museo de Antigüedades de El Cairo y el área de Gizeh, donde no sin cierta emoción me adentré en la Gran Pirámide, cuyos «secretos» me eran familiares.
Nunca practiqué la Arqueología «in situ». Me limito a ser un arqueólogo de salón. Como cuantos hacemos del grafismo una profesión, desde el caricaturista hasta el dibujante comercial e industrial, soy mañoso en los trabajos manuales. Me entusiasma hacer maquetas de tamaño reducido de pirámides, obeliscos, rampas u objetos previamente identificados en los jeroglíficos. La zona en la que realizo mis investigaciones y excavaciones te6ricas es el amplio tablero de mi mesa de dibujo. Mi pico y pala son el lápiz y la regla.
Como todo aquel que investiga, especulo con teorías e hipótesis que desecho tan pronto se niegan a ser comprobadas. Las maquetas me sirven precisamente para ponerlas a prueba.
Fue mi actividad de dibujante y mi admiraci6n por los colegas egipcios de hace milenios (geniales estilizadores del trazo) lo que me condujo al campo de la Egiptológica, en el cual entré haciendo caso omiso de una advertencia indicadora de que era terreno privado. Solo para expertos», y en él estoy campando por mis respetos y ejerciendo de franco tirador. Adivino al lector perplejo ante esta autopresentaci6n. En efecto, no es fácil admitir que alguien que confiesa carecer de la más elemental formación científica haya realizado lo que anuncia. Sin embargo, y aunque parezca parad6jico, esta insuficiencia cultural mía result6 ser mi mejor colaboradora, pues me situ6 en condiciones óptimas para estudiar y asimilar parte de la civilización egipcia, lo que acaso no hubiera conseguido de poseer una vasta formación. Quiero decir que, viéndome libre de los prejuicios didácticos que acompañan a las disciplinas universitarias impartidas por nuestra civilización, podía juzgar aquélla, que yo investigaba, con toda objetividad.
Comenzaré, pues, por denunciar los errores y desatinos difundidos por las publicaciones que tratan de la civilización egipcia, los cuales a tal punto se presentan como conclusiones científicas que fácilmente son asimilados por los lectores ávidos de aprender y de ampliar su cultura.
Dejando aparte los documentos gráficos de indudable valor que ofrecen estas publicaciones, los textos que los acompañan, salvo las referencias extraidas del Segundo Libro de Herodoto, son en general falsas informaciones, investigaciones frustradas, teorías esotéricas y literatura completamente ajena a la investigación científica.
Aun cuando la Egiptológica y la Arqueología egipcia son específicamente distintas, sus trabajos se relacionan tan estrechamente que resulta difícil precisar de cuál de las dos proviene el estudio o investigación que se da a conocer. Frecuentemente ambas disciplinas las ejerce simultáneamente la misma persona, a quien se le puede calificar de arqueólogo cuando describe monumentos o saca a luz antiguos objetos enterrados, y de egiptólogo, cuando los estudia para extraer de ellos datos sobre la civilización que los creó. Es de señalar que no es fácil determinar quién es quién entre los que practican estas dos disciplinas. El arqueólogo se confunde a menudo con el buscador de tesoros y el estudioso con el autor esotérico. Al frente de todos ellos predominan quienes, más bien por sus cualidades literarias que por sus investigaciones científicas, alcanzaron el pontificado de estas dos ciencias.(…)
Contrariamente a las teorías esotéricas, aceptadas casi siempre como diversión pseudo científica, muchas de las falsas conclusiones a que ha llegado la egiptología se consideran dogmas a causa del barniz aparentemente científico que las recubre. Si se quisiera hallar una explicación a tanto extravío e incompetencia, la hallaríamos en el complejo de superioridad que padece nuestra civilización respecto de aquellas otras que la precedieron. Fue precisamente esta suficiencia de la que no siempre supieron liberarse los egiptólogos, lo que les impldió vislumbrar en el Egipto monumental el exponente de una prodigiosa civilización y un reto a las civilizaciones futuras de hacer otro tanto.
Habiendo confundido el progreso con la inteligencia, y en la creencia de que con el tiempo el talento del hombre se desarrolla lo mismo que los espárragos, no pensaron en que hace cuatro o cinco mil años podían haber existido seres tan inteligentes o más que ellos.
Lo que antecede podría resumirse en la siguiente y lamentable frase pronunciada delante de las pirámides de Gizeh por uno de los científicos que tomaron parte en la expedición francesa, ignorante de que juzgaba una gnosis monumental. Cito de memoria: «A través de estos ingentes monumentos se adi¬vina la barbarie del pueblo que los erigió.»
La sola característica que diferencia a nuestra civilización de las desaparecidas en el pasado es el progreso del tornillo que, perfeccionándose poco a poco, llegó a convertirse en máquina. Este desarrollo mecánico no encuentra su equivalencia en la inteligencia humana. Esta no progresa; todo lo más, va adquiriendo a través del tiempo conocimiento que le proporcionan la experiencia y los descubrimientos. Pero aun admitiendo que la inteligencia del hombre haya podido evolucionar desde la edad paleolítica hasta nuestros días, en relación con el tiempo transcurrido, resulta que el egipcio que levantó las pirámides hace cuatro o cinco mil años, viene a ser un coetáneo nuestro. De lo que es fácil deducir que, en aquellos tiempos llamados faraonicos, al igual que en los nuestros, el porcentaje de imbéciles y de sabios sería el mismo o parecido, con la diferencia de que sobre el egipcio de entonces recae el mérito de no haber dispuesto de precedentes donde asentar las bases de su civilizaci6n. En ella, todo es genuino y propio.
Los colosales monumentos egipcios atestiguan que fueron construidos bajo la dirección de inteligentes expertos; pero al afirmar, como hace la Egiptología, que fueron erigidos por miríadas de esclavos y que continuamente se rectificaban planos y proyectos, es tanto como suponer que las capacidades técnicas de los egipcios se limitaban a la burda y elemental albañilería.
Se les niega incluso el conocimiento de la polea, máquina esencial en la operación de elevar pesadas cargas, y se asegura que los arquitectos egipcios suplían su ausencia con el esfuerzo humano. En fin, según la Egiptológica, el Antiguo Egipto solamente sobresalió en fetichismo, en absurdas creencias politeístas y en extraños ritos religiosos, y si expresa admiración por sus monumentos es debido al contraste que ofrece, según ella, el hecho de que tan imponentes edificios fueran levantados de manera tan rudimentaria. Es así como la Egiptológica, bajo su toga doctoral, se convierte en cienciaficción al presentar el Antiguo Egipto como un pueblo primario.
¿No es ciencia-ficción describir cómo un jefe de canteras egipcio llamado Mery tuvo la idea genial de construir en el flanco de una colina un declive por donde deslizar los bloques en lugar de hacerlos rodar con riesgo de que se rompieran, y que su invento le valió un preciado premio y el asombro de sus contemporáneos que nunca habían visto cosa igual? Este relato «histórico» lo difunde nada menos que un célebre egiptólogo y lo sitúa en un Egipto conocedor de la fórmula matemática Pi, 3,141592…
¿No es ciencia-ficci6n suponer que los egipcios imaginaban nuestro universo como una especie de paracaídas; sostenido por cuatro pilares fijados sobre la tierra en forma de cazuela? Esta simple concepción cosmogónica la atribuye otra lumbrera de la Egiptológica a los egipcios conocedores del movimiento y redondez de la tierra y de la precisión de su ciclo orbital alrededor del sol.
No hay autor de libro o articulo que trate de la civilización egipcia que no mencione con empaque de erudito una u otra dinastía, sin pararse a considerar si existieron o no, fiado sólo en el crédito que le merece una lista convencional de reyes y príncipes egipcios elaborada por varios egiptólogos, quienes, a su vez, se documentaron en unas listas de dinastías historiadas por Maneto (II siglos antes de nuestra era) y transmitidas seis siglos más tarde por algunos historiadores griegos, entre ellos Eugenio quien, al parecer, atribuye a Maneto la información de que antes de que reinaran en Egipto las dinastías humanas, éstas estaban compuestas por dioses y semidioses.
Si ya es difícil comulgar con ruedas de molino en lo que atañe a la afirmación de que un rey lo sea por la gracia de Dios, es más difícil admitir todavía que a un soberano divino, de naturaleza inmortal, le suceda alguien de su parentela en un trono que jamás quedará vacante.
Es probable que en Egipto hayan existido dinastías, pero también. lo es que hayan alternado éstas con otra clase de regimenes por circunstancias políticas o sociales. A este respecto, conviene recordar los reyes citados por Herodoto que no tuvieron origen dinástico.
Copio de su libro «Euterpe»:»…Después de Pheros, hijo de Sesostris, el trono recayó en un hombre de Menfis, llamado Protée… Después de Asychis, sucesor de Micerinos, reinó un hombre ciego llamado Anysis, quien, a causa de la invasi6n de Egipto por los etíopes, vivió exiliado durante cincuenta años… Después de éste, le sucedió un sacerdote llamado Sethos.» Todavía Herodoto mencionará a «un rey llamado Amasis perteneciente a una familia plebeya, bajo cuyo reinado Egipto alcanz6 su máxima prosperidad».
Téngase en cuenta que esta información fue recogida por el padre de la Historia en su visita a Egipto, uno o dos siglos antes del tiempo en que se supone que Maneto compuso sus listas.
Pero contrariamente a Herodoto, que previene al lector de que todo lo que él cuenta sobre Egipto, se lo contaron a él mismo, salvo lo que él vio con sus propios ojos, la Egiptología, por su parte difunde sus hipótesis y sus fábulas sin ninguna clase de reservas.
En esa Egiptología-ficción se presentan personajes y cosas de aquel Egipto con nombres de retorcida ortografía para dar la impresión de que responden a una fonética faraónica. Nombres que no tendremos más remedio que aceptar en lo sucesivo como convencionales. Se bautizan objetos representados en los ideogramas que nunca fueron identificados y cuya utilidad se desconoce. Se afirma que tal Pirámide fue construida por tal arquitecto cuya biografía se pretende conocer, pero se ignora con qué fines la edificó; se describen determinados monumentos como templos, sin saber a ciencia cierta si, en efecto se destinaban al culto religioso o eran centros colectivos donde el pueblo efectuaba sus transacciones mercantiles. Si se considera que la Egiptología es una ciencia entre las ciencias, hasta la fecha ha demostrado ser la más inexacta de todas ellas.
A la inversa de la Arqueología egipcia cuyo haber aumenta a medida que se efectúan hallazgos y excavaciones, la Egiptología quedó estancada al poco tiempo de nacer. Los primeros egiptólogos o sedicentes egiptólogos, acuciados por un afán competitivo, se apresuraron tanto en el estudio del Antiguo Egipto a través de un falso descifre de los jeroglíficos y de las arbitrarias interpretaciones de su Iconogratia que tan pronto comenzaron a practicar la nueva ciencia, consiguieron, al decir de ellos mismos revelar casi todo lo concerniente a aquella Civilización.
Desde entonces, Se puede decir que aparte de los descubrimientos arqueológicos efectuados las novedades propiamente egiptológicas que se conocen no son más que fantasías de novelistas.
En resumen, si hoy día conocemos algo de aquella extraordinaria civilización del Nilo, no es por los datos que se hayan podido extraer de los documentos redactados en escritura jeroglífica, sino gracias a Herodoto, padre de la Historia y fundador de la Egiptología, así como a los valiosos hallazgos realizados por la Arqueología egipcia y a la excelente documentación gráfica que ofrecen los libros que tratan del Antiguo Egipto.
Por Luis García Gallo.
Del Libro «De las mentiras de la egiptología a las verdades de la Gran Pirámide». De Distribuciones Mateos