Leyenda.
Vivió y murió en la Roma del siglo III manteniendo su virginidad a salvo de propios y extraños, dando lugar a lo que más tarde serían los movimientos de mujeres entregadas o reservadas a Cristo, es decir, a las monjas, ya que ella misma aseguraba que su novio estaba servido por ángeles y no por criados, y que además de ser bello y elevado, era hijo de una virgen.
A los doce años su belleza y gracia atrajo al hijo de un prefecto romano, que se sintió ultrajado por la negativa de la muchacha a casarse con su hijo, rebeldía que le valió el encierro y el escarnio público; santa Agnes fue paseada desnuda y entregada finalmente a un prostíbulo, para que ahí dispusieran de ella, pero milagrosamente no fue violada ni perdió su virginidad.
El prefecto, enloquecido de rabia, mandó quemada viva, pero la santa salió ilesa. Finalmente, un soldado le atravesó el cuello y la santa pudo subir a los cielos tan casta y pura como había llegado al mundo.
Atributos.
Va coronada con las flores de la virtud y la acompaña un cordero en señal de sacrificio divino. También aparece con rostro angelical y llamas a sus pies, que simbolizan su purificación.
Poder.
Es patrona de novios y enamorados, sobre todo si entre ellos no hay malas intenciones ni malos pensamientos, así como de novicias y seminaristas que desean abrazar la fe católica. También protege a floristas y jardineros. Favorece la sinceridad, la fidelidad y la lealtad. Se le puede pedir prácticamente de todo. Cuida la vista, protege de quemaduras y ayuda a abandonar vicios.
Ritual.
Se le celebra principalmente el 21 de enero, aunque a menudo se traslada su festividad al domingo anterior o posterior más cercano a esta fecha. Le gustan las flores blancas y el romero.
Las velas rosas son las que mejor reflejan sus virtudes, así como los inciensos florales. No está de más sacrificar y comer un cordero en su nombre después de haberla visitado.