Leyenda. Santa Ana vivió en el siglo I antes de Nuestra Era, y fue, según su leyenda, la primera mujer que a dio luz siendo virgen, y su hija, la Virgen María, heredó sus cualidades. Joaquín, el esposo de Ana, tardó 20 años en dejar preñada a su mujer (y lo hizo finalmente con un solo beso), lo que le valió el repudio de su rabino y las críticas de sus hermanos y vecinos. Joaquín cumplió y murió, y santa Ana volvió a casarse un par de veces más y tuvo a otras dos hijas también llamadas María, ya dos niños más, sin preservar más su virginidad, que sólo sirvió para la primogénita. Santa Ana no tuvo que ser mártir ni sufrió persecución alguna, fue canonizada simplemente por ser una buena mujer y la abuela de Cristo.
Atributos. Generalmente la representan acompañada de la Virgen y de Cristo, con telas o ropajes verdes para simbolizar el color de la esperanza y la fertilidad.
Poder. Santa Ana es patrona de varios oficios, grupos, pueblos y cofradías: mineros, hilanderas, costureras, guanteros, joyeros, molineros, matronas, comadronas e incluso ebanistas, en clara competencia con san José. Protege prácticamente a todo aquel que se acerque a ella y le pida algo, pero favorece especialmente a aquellos que son capaces de sacar algo valioso de las profundidades del ser o la materia. No es tan poderosa como su hija, pero también atrae el turismo, promociona a
gentes y pueblos, y favorece el comercio. Ayuda en casos de esterilidad.
Ritual. Se celebra el 26 de julio, al amparo de Santiago, y le gustan las procesiones y las romerías, y todo lo que realce su lucimiento. Prefiere las velas blancas y el incienso eclesiástico, así como el repique de campanas. Le encanta ver niños en su iglesia