Leyenda. Santa Cristina padeció, junto a miles de cristianos, una de las últimas y más crueles persecuciones, justo en los inicios del siglo IV, cuando Diocleciano decidió dar un nuevo impulso a la casi extinta religión romana.
El miedo hizo que muchos cristianos se sumaran a las nuevas órdenes, pero Cristina mantuvo su fe incluso en contra de la voluntad de su padre, lo que le valió ser introducida en un caldero del que se salva milagrosamente.
Después le ataron una piedra al cuello y la lanzaron al agua, pero no se hundió y quien se ahogo fue el renegado de su padre. La raparon y la pasearon desnuda por la ciudad, pero las estatuas se derrumbaban a su paso y el juez que le había impuesto la vejación cayó muerto.
Volvieron a meterla en el caldero, pero como no se quemaba, le lanzaron serpientes venenosas, que no la mordieron, y después, desesperados por su resistencia, le arrancan los pechos y la lengua, que ella, valiente y sobria, lanza sobre el nuevo juez, que queda ciego.
Las vejaciones y las torturas siguen, pero la santa resiste, hasta que le clavan dos flechas en el pecho y finalmente muere subiendo a los cielos.
Atributos. Lleva los objetos de su martirio: flechas, cuchillos, tenazas, la rueda de tormento y las serpientes, que no son más que símbolos de su fortaleza de carácter, sabiduría y espiritualidad.
Poder. Santa Cristina lo puede todo y por eso es la santa de los desesperados, pero también es patrona de marineros, arqueros y molineros.
Mientras más mal se esté, más ayudará santa Cristina, que es capaz de salvar del ahogo y el naufragio, así como de los ataques y los accidentes. Da fortaleza al cuerpo y el espíritu, y ayuda especialmente a aquellos que quieren independizarse de los padres o de cualquier otra cosa que los ate.
Ritual. Su día está señalado el 24 de julio, pero se le celebra en diversas fechas y de distintas maneras. Además de todos los ritos conocidos, esta santa exige que se le hagan peticiones realmente necesarias, una clara disposición al sacrificio personal y fortaleza de ánimo.